¿Por qué Tamara Kruger?
Para
los que vivimos en la época de los memorables ochenta, al escuchar la palabra
Freddy Krueger, de manera instantánea se nos eriza el cabello o no podemos
dormir. Pesadilla fue una de las clásicas películas del género de terror que nos atemorizó desde pequeños. Como
olvidar la mano de Freddy con sus cuchillas afiladas, arrastrándose de manera
deliberada por las paredes. Emitiendo un chirrido horroroso, además que tenía
la capacidad de atravesar los cuerpo de los jóvenes adolescentes, que
infructuosamente trataban de escapar. Sin mencionar la tétrica canción: 1, 2,
cierra la puerta, 3, 4, no continuaré ya que aún me da escalofríos al recordar.
Pero
no se confundan, él era Krueger y mi apellido adoptado como seudónimo es Krüger
de origen alemán.
Sé
que ahora se preguntaran ¿Qué tengo de alemana? Y la respuesta es nada. Solo un
hermoso recuerdo de mi niñez, otorgado por mi abuela paterna Luz Aurora Krüger
Gonzalez.
Ya
no esta con nosotros, pero tengo la convicción de que me sigue acompañando con
su energía.
Mis
primeros años los viví junto a ella y mi crianza fue alrededor de un gran horno
industrial, que nos deleitaba con sus exquisitos sabores e inconfundibles
aromas.
Mi
abuela como buena descendiente alemana, fue una maestra en la cocina.
Los
días domingos al compás de los tangos que emitía la radio Colo-Colo, del dial
AM, con la compañía de la inconfundible Alodia Corral, corría a colocar el
cartel redondo en la ventana que promocionaba las empanadas, aquellas que con su exquisito olor nos embargaba.
Recuerdo
con emoción las tardes de verano cuando nos sentábamos en el patio interior
debajo de una gran parra, ¿Quién no tuvo una de niño?, pero como deben saber
también, con el tiempo la quitaron por la gran cantidad de insectos y bichos
que albergaba.
Y
para las fiestas navideñas el olor a pino natural, que envolvía el salón.
Acompañado de los consejos efusivos de la abuela, para que el abuelo Antonio
hiciera su mejor esfuerzo en encontrar arena, para plantar el pequeño árbol,
que con los días teñía sus delgadas ramas de amarillo.
La
infinidad de tortas y pasteles que fascinaron mi inexperto paladar, fueron la
misma cantidad de caries que obtuve, por devorar los restos de manjar o de
azúcar flor que encontraba sobre la gran mesa de madera de la cocina.
Aún
mantengo en mi recuerdo el olor a un antiguo ron, que en su envase mostraba la
figura de un atrevido pirata, que me miraba con un solo ojo. Sí, el
inconfundible Ron Silver, pero aunque les parezca que puede afectar su selecta
boca. Era una de los mejores secretos que utilizaba ella. Con una sola tapa de
este licor, mezclado con jugo de piña, humedecía los bizcochos de sus tortas. Y
aunque no lo crean, para mí es el mejor
sabor de la vida, el sabor de la niñez, el sabor del hogar, el sabor del
refugio y de los brazos de mi abuela.
Mi
abuela Lucy, como la llamábamos es parte del árbol que sembré al nacer y dejó
sus raíces fuertes y profundas en la tierra que alberga en mi interior y este
es un pequeño tributo para ella, para ti Luz Aurora en donde estés.
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