Reina de Badru
Capítulo 1
Valle Oscuro
Aprieto la mandíbula al sentir el dolor de la
aguja hundiéndose en mi carne, pero dejo que la herida en mi muslo sea
atendida. Trago el dolor utilizándolo como la única vía de escape que poseo
para no olvidar mi objetivo. Vengar a mi pueblo. El Valle Oscuro.
El encantamiento al que fui sometido me mostró lo
que significa ser un verdadero hijo de los lobos. No existe duda en cuál es mi
responsabilidad como heredero del reino. Es lo que manifiesta el enlace que
recorre mis venas y del cual no rehuiré; porque ese es mi destino, unirme a mi
real linaje.
Las imágenes de la tiranía que sufrió mi gente se
mantienen latentes, recordándome, que no me detendré hasta obtener justicia.
Cada rey y cada persona que participó en la destrucción de mi pueblo, pagará.
Destruiremos sus hogares y tomaremos todo lo que poseen hasta que rueguen por
piedad, de la misma forma que lo hicimos nosotros.
Las vacilaciones que sentí en algún momento fueron
anuladas por Calesia, quién ha introducido la sangre del vínculo a diario en mi
cuerpo. Su argumento para realizar la ceremonia de forma periódica, ha sido la
necesidad de recuperar el tiempo que no estuve entre ellos. Con esto, ha
logrado que me una al sentir de mi familia y también que olvide mi anterior
vida.
Mi estadía en la Casa de los Ciervos ya no la
recuerdo y tampoco tiene ningún significado para mí. Menos después de saber que
Leónidas el hombre que me cobijó, fue uno de los causantes de la devastación
que arrasó con mi gente y quién me negó la posibilidad de ayudarlos. Por esto,
hoy su vida se extingue en el frontis del castillo. Su condena me satisface, al
ser una de las tantas venganzas que vamos a ejecutar. La siguiente, será que su
hija retorne a mi lado para que observe cómo terminamos de conquistar su atesorado
Badru.
Al recordarla la furia regresa. Su huida nos puso
en una posición vulnerable y, además, me dejó como el hazmerreír del reino, al
no poder controlar a la mujer que sería mi compañera. Con su acto, mi jerarquía
fue menospreciada y hasta puesta en duda. No permitiré que me avergüence sin
que reciba un castigo. En su caso, el castigo no será la muerte, que es la
sentencia que dicta mi reino ante la traición. Su castigo será el regreso a mi
lado. Si quiero tomar el liderazgo, mi primer objetivo será traerla de vuelta
para forzarla a cumplir con su deber. Procrear a un heredero que nos entregue
la victoria.
Gruño al percibir la última puntada en mi pierna.
De inmediato se acercan más mujeres para ocuparse de mis otras lesiones y para
limpiar mi cuerpo. Hace unos días atrás hubiera disfrutado de las atenciones,
sin embargo, en este momento, el toque de sus dedos se percibe como acero
recién fundido.
Me levanto apartándolas y me alejo buscando mi
ropa. El único pensamiento que inunda mi cabeza es el de revancha, una que no
se alejará hasta que tome el control de todo nuestro mundo y, por supuesto, de
ella. Eleonor. Su nombre me sacude con la necesidad de reunir al ejército para
marchar a su encuentro y demostrarle que ella no es más fuerte que yo.
―¿Podemos hacer algo más por usted, mi señor? ―Una
de las mujeres pregunta y no necesito mirarla para saber lo que insinúa el tono
de su voz.
Niego despachándolas con la mano, pensando en la
urgencia de encontrarme con mis líderes. Necesitamos organizar nuestros
próximos movimientos. Paso con rapidez la camisa por mi cabeza, momento en que
una sutil esencia levita en el ambiente. Las imágenes se escabullen mostrándome
el instante en que me embelesé de este aroma y de un diminuto cuerpo. La brutal
ansía vuelve a despertar, deseando más.
Me volteo hacia la puerta y llamo a la última
doncella que se encuentra por salir. Hace noches atrás aquella mujer estuvo en
mi lecho entregándome minuciosos e íntimos cuidados. Para mí, fue solo el
instrumento para saciar los impulsos de ir en la búsqueda de la Heredera de
Luna Llena. Mi padre me advirtió que su cercanía podría tornarme débil y debía
apaciguar mi apetito en otros lechos. No me negué a su sugerencia porque sentí
cómo mi ideal se aflojaba cuando me acercaba a ella, y por nada de este mundo
dejaré que tenga poder sobre mí.
Me levanto en medio de la habitación observando a
la joven que espera por mi petición.
―Quítate la ropa ―demando, y ante mis palabras,
sus ojos se profundizan, no siendo necesario ocupar ningún tipo de cortejo, ni
ahora ni antes.
Mientras se desnuda, deslizo la mirada por su
cuerpo, tratando de borrar la visualización de una blanca piel que insiste en
aparecer.
Avanzo hacia la mujer, decidido a borrar el rastro
de Eleonor y también los fantasmas de su recuerdo. Tomo del cuello a la
doncella observando cómo sus pupilas se dilatan ante mi tacto. Su excitación es
notoria al percibir cómo se eriza su piel su piel. Como lo hice con
anterioridad, cierro mis ojos y encuentro sus labios en busca de sosiego. Su
beso es ardiente, pero para mí no sabe a nada o, al menos, nada parecido al
sabor que sigue latente en mi boca. Sitúo mis manos en sus rígidos senos,
anhelando redención, una que no está ni cerca de aparecer. Gimo, no de deseo
sino de frustración, al percatarme que el cuerpo que quiero poseer es otro y,
esta vez, la necesidad se siente como una tortura que anula cualquier intento
de saciedad.
Retrocedo, instante en que la alcoba es irrumpida
por varios guerreros acompañados por sus animales. Doy un nuevo paso atrás para
alcanzar mi espada que se encuentra sobre la mesa. Liska se sitúa en mi costado
en una postura desafiante al igual que yo.
―Nos debes acompañar. ―El tono ocupado por el que
lidera el grupo no es una sugerencia, y tampoco lo es, la forma en que los
hombres posan las manos sobre el mango de las hachas.
Dejo la espada y recojo mi pantalón. Me visto sin
dejar de observar por el rabillo del ojo, atento a cualquier movimiento por
parte de ellos. Una vez que termino de atar mis botas, tomo el cinturón que
carga la mayoría de mis armas.
―Yo no haría eso ―advierte Rivor, uno de los
comandantes del ejército, dando un paso en mi dirección y ciñendo la mano con
más fuerza a la empuñadura.
―¿Tú me detendrás? ―respondo con el mismo tono que
él utilizó. Sujeto las armas a mi cintura, sin perder el contacto visual,
deseando que se atreva a despojarme de mis espadas. La sed de sangre continúa
vociferando por salir, y más ahora que vienen a escoltarme por traición.
Su expresión denota que él también desea que lo
enfrente, pero se hace a un costado, al igual que los otros guerreros para que
salga de la alcoba.
El ruido de mis botas contra la piedra resuena
mientras camino a paso seguro por el corredor. A pesar de que el dolor en mi
muslo es torturador, lo trago evitando cojear. No es momento para mostrar
vulnerabilidad frente a ellos, ni menos ante mi padre.
Al ingresar al salón me mantengo alerta, rodeado
por los guerreros que me custodian. Recorro rápidamente el lugar, encontrando a
Celsius sentado en su trono, acompañado por soldados que lideran las tropas. A
su izquierda, de pie y recompuesta de las heridas que le ocasioné, la
hechicera.
―¿A qué se debe tanto alboroto? ―Mi voz es firme y
casi aburrida mientras señalo a los hombres que me custodian.
―Yo te demostraré a qué se debe este alboroto. ―Priust
camina, decidido, en mi dirección, con la mano apretando el mango de su arma.
Sus pasos son detenidos por un muro de guerreros que, de inmediato, le
obstruyen el acceso.
―¡Detente! ―ordena Celsius desde su trono. Priust
ignora su petición, sacando el hacha―. Te dije que te detuvieras. No habrá
ningún tipo de sentencia sin haber esclarecido los hechos.
―En la traición no hay nada que esclarecer ―Priust
responde, sin apaciguar la amenaza en su voz.
Suelto una carcajada, mientras recorro el rostro
de Calesia. Me deleito con la herida que lleva al rojo vivo en la mejilla,
señal de que su existencia, pese a que no la pude asesinar, se encuentra
condenada. Su expresión, ante mi burla se encoleriza, no obstante, mantengo la
sonrisa.
―¿Me podrías explicar qué te hace gracia? ―Celsius
pregunta, al tiempo que Priust intenta, nuevamente, abrirse paso entre los
guerreros.
―¿Quién me acusa de traición? ¿Acaso es ella? ―Indico
a Calesia, momento en que, de manera lenta, ubico la mano en el borde de mi
cinturón, listo para utilizar la espada, en caso de que sea necesario.
―Calesia te acusa de herirla y de dejar escapar a
Eleonor ―Celsius declara desde su sillón, todavía conservando la calma, a
diferencia de mi padre que mantiene la expresión contraída.
―Si mi memoria no me falla, la orden fue mantener
con vida a la Princesa de Luna Nueva, y eso fue lo que hice. A excepción de Calesia
que intentó matarla. Si alguien debe ser acusado de traición, es ella.
―¡Eso no fue lo que sucedió! ―La hechicera se
incorpora, alzando la voz―. Ella nos engañó, nunca se vinculó.
―Otro error tuyo. ―Doy un paso hacia su dirección―.
Dijiste que tenías el poder para quebrarla, y como no lo conseguiste, decidiste
matarla, sin que te importara el hecho de poner en riesgo a todo nuestro reino.
―¿Eso es verdad? ―Priust se gira, para ahora
encararla a ella.
―No la quería matar, la quería capturar.
―Extraña forma de tomar a alguien prisionero,
cortando su piel en reiteradas ocasiones. De no haberte detenido, la hubieras
asesinado. ―El recuerdo hace que quiera enterrar mi espada otra vez en su
cuerpo y esta vez sacudir sus entrañas.
―Por lo visto, tu vinculación con ella te
encegueció ―Calesia escupe las palabras, como siempre, con la intención de
envenenar los oídos de todos.
―Quizás, el hecho de que mi padre la reclamara fue
lo que te cegó a ti.
―¡Suficiente! ―Celsius llama la atención de los
presentes, y hace un ademán a los guerreros a que bajen sus armas―. No es
momento de discutir, y menos de acusarnos de traición entre nosotros. ―Esta
vez, mira con advertencia a Priust hasta que este baja su arma―. Necesitamos
organizarnos y continuar con el plan que habíamos trazado. Marchar hacia el
norte.
―La sangre fue destruida ―Calesia sentencia con la
misma furia que siento yo.
―¿Y qué esperas para ir a recolectar más? ―Celsius
pregunta con impaciencia.
―¿No te das cuenta que me estoy muriendo, que
Eleonor sentenció mi vida? ―Calesia indica la herida en su rostro.
―¿Y eso quiere decir que nuestra lucha se detendrá,
porque no podrás acompañarnos? ―Celsius pregunta, y yo sonrío hacia ella.
―Eso quiere decir que si continúo enlazando a más
personas me debilitaré ―Calesia responde, conteniendo la ira que muestran sus
ojos.
―Entonces, deberás llevar a cabo esta tarea con
urgencia. Necesitamos de más guerreros, sobre todo ahora que perdimos a varios
de los nuestros en el ataque ―Celsius proclama y, como de costumbre, sin
compasión ante nada―. No creo que deba recordarte que eres responsable de esto.
Si no te hubieras distraído, habrías percibido la presencia de los hechiceros.
Calesia mira un instante a Priust, quién se ha
mantenido en silencio. Sus ojos, además de furia, delatan algo que también
percibe Celsius.
―Algo más está sucediendo, ¿qué es? ―La voz de
Celsius se torna severa.
―Eleonor se llevó el libro ―revela, esta vez,
vacilando un segundo.
―No me digas que no sabes tus conjuros de memoria ―me
burlo, sin poder apaciguar las ansías de venganza hacia ella.
―¡Guarda silencio! ―Mi padre me advierte, y en sus
ojos también puedo ver que algo oculta.
―Dilo de una vez ―Celsius demanda, mirando a Calesia
y luego a Priust.
―Ellos ya conocen la otra forma de romper el
encantamiento.
El encantamiento al que fui sometido me mostró lo
que significa ser un verdadero hijo de los lobos. No existe duda en cuál es mi
responsabilidad como heredero del reino. Es lo que manifiesta el enlace que
recorre mis venas y del cual no rehuiré; porque ese es mi destino, unirme a mi
real linaje.
Las imágenes de la tiranía que sufrió mi gente se
mantienen latentes, recordándome, que no me detendré hasta obtener justicia.
Cada rey y cada persona que participó en la destrucción de mi pueblo, pagará.
Destruiremos sus hogares y tomaremos todo lo que poseen hasta que rueguen por
piedad, de la misma forma que lo hicimos nosotros.
Las vacilaciones que sentí en algún momento fueron
anuladas por Calesia, quién ha introducido la sangre del vínculo a diario en mi
cuerpo. Su argumento para realizar la ceremonia de forma periódica, ha sido la
necesidad de recuperar el tiempo que no estuve entre ellos. Con esto, ha
logrado que me una al sentir de mi familia y también que olvide mi anterior
vida.
Mi estadía en la Casa de los Ciervos ya no la
recuerdo y tampoco tiene ningún significado para mí. Menos después de saber que
Leónidas el hombre que me cobijó, fue uno de los causantes de la devastación
que arrasó con mi gente y quién me negó la posibilidad de ayudarlos. Por esto,
hoy su vida se extingue en el frontis del castillo. Su condena me satisface, al
ser una de las tantas venganzas que vamos a ejecutar. La siguiente, será que su
hija retorne a mi lado para que observe cómo terminamos de conquistar su atesorado
Badru.
Al recordarla la furia regresa. Su huida nos puso
en una posición vulnerable y, además, me dejó como el hazmerreír del reino, al
no poder controlar a la mujer que sería mi compañera. Con su acto, mi jerarquía
fue menospreciada y hasta puesta en duda. No permitiré que me avergüence sin
que reciba un castigo. En su caso, el castigo no será la muerte, que es la
sentencia que dicta mi reino ante la traición. Su castigo será el regreso a mi
lado. Si quiero tomar el liderazgo, mi primer objetivo será traerla de vuelta
para forzarla a cumplir con su deber. Procrear a un heredero que nos entregue
la victoria.
Gruño al percibir la última puntada en mi pierna.
De inmediato se acercan más mujeres para ocuparse de mis otras lesiones y para
limpiar mi cuerpo. Hace unos días atrás hubiera disfrutado de las atenciones,
sin embargo, en este momento, el toque de sus dedos se percibe como acero
recién fundido.
Me levanto apartándolas y me alejo buscando mi
ropa. El único pensamiento que inunda mi cabeza es el de revancha, una que no
se alejará hasta que tome el control de todo nuestro mundo y, por supuesto, de
ella. Eleonor. Su nombre me sacude con la necesidad de reunir al ejército para
marchar a su encuentro y demostrarle que ella no es más fuerte que yo.
―¿Podemos hacer algo más por usted, mi señor? ―Una
de las mujeres pregunta y no necesito mirarla para saber lo que insinúa el tono
de su voz.
Niego despachándolas con la mano, pensando en la
urgencia de encontrarme con mis líderes. Necesitamos organizar nuestros
próximos movimientos. Paso con rapidez la camisa por mi cabeza, momento en que
una sutil esencia levita en el ambiente. Las imágenes se escabullen mostrándome
el instante en que me embelesé de este aroma y de un diminuto cuerpo. La brutal
ansía vuelve a despertar, deseando más.
Me volteo hacia la puerta y llamo a la última
doncella que se encuentra por salir. Hace noches atrás aquella mujer estuvo en
mi lecho entregándome minuciosos e íntimos cuidados. Para mí, fue solo el
instrumento para saciar los impulsos de ir en la búsqueda de la Heredera de
Luna Llena. Mi padre me advirtió que su cercanía podría tornarme débil y debía
apaciguar mi apetito en otros lechos. No me negué a su sugerencia porque sentí
cómo mi ideal se aflojaba cuando me acercaba a ella, y por nada de este mundo
dejaré que tenga poder sobre mí.
Me levanto en medio de la habitación observando a
la joven que espera por mi petición.
―Quítate la ropa ―demando, y ante mis palabras,
sus ojos se profundizan, no siendo necesario ocupar ningún tipo de cortejo, ni
ahora ni antes.
Mientras se desnuda, deslizo la mirada por su
cuerpo, tratando de borrar la visualización de una blanca piel que insiste en
aparecer.
Avanzo hacia la mujer, decidido a borrar el rastro
de Eleonor y también los fantasmas de su recuerdo. Tomo del cuello a la
doncella observando cómo sus pupilas se dilatan ante mi tacto. Su excitación es
notoria al percibir cómo se eriza su piel su piel. Como lo hice con
anterioridad, cierro mis ojos y encuentro sus labios en busca de sosiego. Su
beso es ardiente, pero para mí no sabe a nada o, al menos, nada parecido al
sabor que sigue latente en mi boca. Sitúo mis manos en sus rígidos senos,
anhelando redención, una que no está ni cerca de aparecer. Gimo, no de deseo
sino de frustración, al percatarme que el cuerpo que quiero poseer es otro y,
esta vez, la necesidad se siente como una tortura que anula cualquier intento
de saciedad.
Retrocedo, instante en que la alcoba es irrumpida
por varios guerreros acompañados por sus animales. Doy un nuevo paso atrás para
alcanzar mi espada que se encuentra sobre la mesa. Liska se sitúa en mi costado
en una postura desafiante al igual que yo.
―Nos debes acompañar. ―El tono ocupado por el que
lidera el grupo no es una sugerencia, y tampoco lo es, la forma en que los
hombres posan las manos sobre el mango de las hachas.
Dejo la espada y recojo mi pantalón. Me visto sin
dejar de observar por el rabillo del ojo, atento a cualquier movimiento por
parte de ellos. Una vez que termino de atar mis botas, tomo el cinturón que
carga la mayoría de mis armas.
―Yo no haría eso ―advierte Rivor, uno de los
comandantes del ejército, dando un paso en mi dirección y ciñendo la mano con
más fuerza a la empuñadura.
―¿Tú me detendrás? ―respondo con el mismo tono que
él utilizó. Sujeto las armas a mi cintura, sin perder el contacto visual,
deseando que se atreva a despojarme de mis espadas. La sed de sangre continúa
vociferando por salir, y más ahora que vienen a escoltarme por traición.
Su expresión denota que él también desea que lo
enfrente, pero se hace a un costado, al igual que los otros guerreros para que
salga de la alcoba.
El ruido de mis botas contra la piedra resuena
mientras camino a paso seguro por el corredor. A pesar de que el dolor en mi
muslo es torturador, lo trago evitando cojear. No es momento para mostrar
vulnerabilidad frente a ellos, ni menos ante mi padre.
Al ingresar al salón me mantengo alerta, rodeado
por los guerreros que me custodian. Recorro rápidamente el lugar, encontrando a
Celsius sentado en su trono, acompañado por soldados que lideran las tropas. A
su izquierda, de pie y recompuesta de las heridas que le ocasioné, la
hechicera.
―¿A qué se debe tanto alboroto? ―Mi voz es firme y
casi aburrida mientras señalo a los hombres que me custodian.
―Yo te demostraré a qué se debe este alboroto. ―Priust
camina, decidido, en mi dirección, con la mano apretando el mango de su arma.
Sus pasos son detenidos por un muro de guerreros que, de inmediato, le
obstruyen el acceso.
―¡Detente! ―ordena Celsius desde su trono. Priust
ignora su petición, sacando el hacha―. Te dije que te detuvieras. No habrá
ningún tipo de sentencia sin haber esclarecido los hechos.
―En la traición no hay nada que esclarecer ―Priust
responde, sin apaciguar la amenaza en su voz.
Suelto una carcajada, mientras recorro el rostro
de Calesia. Me deleito con la herida que lleva al rojo vivo en la mejilla,
señal de que su existencia, pese a que no la pude asesinar, se encuentra
condenada. Su expresión, ante mi burla se encoleriza, no obstante, mantengo la
sonrisa.
―¿Me podrías explicar qué te hace gracia? ―Celsius
pregunta, al tiempo que Priust intenta, nuevamente, abrirse paso entre los
guerreros.
―¿Quién me acusa de traición? ¿Acaso es ella? ―Indico
a Calesia, momento en que, de manera lenta, ubico la mano en el borde de mi
cinturón, listo para utilizar la espada, en caso de que sea necesario.
―Calesia te acusa de herirla y de dejar escapar a
Eleonor ―Celsius declara desde su sillón, todavía conservando la calma, a
diferencia de mi padre que mantiene la expresión contraída.
―Si mi memoria no me falla, la orden fue mantener
con vida a la Princesa de Luna Nueva, y eso fue lo que hice. A excepción de Calesia
que intentó matarla. Si alguien debe ser acusado de traición, es ella.
―¡Eso no fue lo que sucedió! ―La hechicera se
incorpora, alzando la voz―. Ella nos engañó, nunca se vinculó.
―Otro error tuyo. ―Doy un paso hacia su dirección―.
Dijiste que tenías el poder para quebrarla, y como no lo conseguiste, decidiste
matarla, sin que te importara el hecho de poner en riesgo a todo nuestro reino.
―¿Eso es verdad? ―Priust se gira, para ahora
encararla a ella.
―No la quería matar, la quería capturar.
―Extraña forma de tomar a alguien prisionero,
cortando su piel en reiteradas ocasiones. De no haberte detenido, la hubieras
asesinado. ―El recuerdo hace que quiera enterrar mi espada otra vez en su
cuerpo y esta vez sacudir sus entrañas.
―Por lo visto, tu vinculación con ella te
encegueció ―Calesia escupe las palabras, como siempre, con la intención de
envenenar los oídos de todos.
―Quizás, el hecho de que mi padre la reclamara fue
lo que te cegó a ti.
―¡Suficiente! ―Celsius llama la atención de los
presentes, y hace un ademán a los guerreros a que bajen sus armas―. No es
momento de discutir, y menos de acusarnos de traición entre nosotros. ―Esta
vez, mira con advertencia a Priust hasta que este baja su arma―. Necesitamos
organizarnos y continuar con el plan que habíamos trazado. Marchar hacia el
norte.
―La sangre fue destruida ―Calesia sentencia con la
misma furia que siento yo.
―¿Y qué esperas para ir a recolectar más? ―Celsius
pregunta con impaciencia.
―¿No te das cuenta que me estoy muriendo, que
Eleonor sentenció mi vida? ―Calesia indica la herida en su rostro.
―¿Y eso quiere decir que nuestra lucha se detendrá,
porque no podrás acompañarnos? ―Celsius pregunta, y yo sonrío hacia ella.
―Eso quiere decir que si continúo enlazando a más
personas me debilitaré ―Calesia responde, conteniendo la ira que muestran sus
ojos.
―Entonces, deberás llevar a cabo esta tarea con
urgencia. Necesitamos de más guerreros, sobre todo ahora que perdimos a varios
de los nuestros en el ataque ―Celsius proclama y, como de costumbre, sin
compasión ante nada―. No creo que deba recordarte que eres responsable de esto.
Si no te hubieras distraído, habrías percibido la presencia de los hechiceros.
Calesia mira un instante a Priust, quién se ha
mantenido en silencio. Sus ojos, además de furia, delatan algo que también
percibe Celsius.
―Algo más está sucediendo, ¿qué es? ―La voz de
Celsius se torna severa.
―Eleonor se llevó el libro ―revela, esta vez,
vacilando un segundo.
―No me digas que no sabes tus conjuros de memoria ―me
burlo, sin poder apaciguar las ansías de venganza hacia ella.
―¡Guarda silencio! ―Mi padre me advierte, y en sus
ojos también puedo ver que algo oculta.
―Dilo de una vez ―Celsius demanda, mirando a Calesia
y luego a Priust.
―Ellos ya conocen la otra forma de romper el
encantamiento.
Capítulo 2
Bosque Blanco
Hoy, es el día que tendría que concebir al heredero.
Uno que hubiera acabado con el encantamiento que inunda a Badru.
Lamentablemente, la fortuna no estuvo de nuestro lado y, en este momento, corro
no solo para aplacar el dolor de tantas pérdidas, también lo hago para abatir
el inherente llamado a la procreación. Si fuera otro mi destino, podría saciar
mi necesidad con cualquier hombre que estuviera dispuesto, sin embargo, la
sensación que se mantiene constante y susurrando en mi cabeza es que aquella
quietud, le pertenece solo a uno. El sonido es tan poderoso, que no existe duda
en el llamado que me quiere dirigir a su encuentro.
Apuro aún más el paso, con la intención de que el
esfuerzo aplaque lo que siento. Pero el ardor, no calma la evocación de su
rostro, ni tampoco la sensación que mantengo de sus manos cavando mi piel.
Menos aún, lo hace la marca de dientes en mi nuca, la que hormiguea
estableciendo la soberanía que él reclamó y de la cual, nunca me podré
desprender.
Aminoro el paso al acercarme al acantilado. Me
detengo en la cima de la pequeña colina, recuperando el aliento. Los jadeos de
Taviana me avisan de su cercanía y, una vez que llega a mi lado, aúlla hacia la
luna con aflicción, la misma que siento yo.
Levanto el rostro para que el viento apague la
hoguera que me envuelve y alzo los brazos para desprenderme de su recuerdo.
Cierro mis ojos centrándome en las emociones, y tal vez con una leve esperanza
de olvidar. Mi sangre fluye rauda, al igual que el latido de mi corazón. Las
sombras que transitan en mi interior me confirman que el ritmo está sintonizado
a otro palpitar.
Me inclino hacia adelante, lanzándome. Y caigo
rogando para que él me deje. El golpe del agua no tarda en llegar. Me mantengo
sumergida hasta entumecerme. Pataleo con fuerza para impulsarme a la
superficie, con la intención de encontrar el anhelado aire y con la intención
de controlar mi nueva naturaleza.
Una vez que mi cabeza se asoma al exterior,
recorro mi entorno buscando a Taviana. Desde la colina, aúlla.
―¡Cobarde! ―grito, mientras nado hasta el borde de
la laguna.
Salgo del agua, aún jadeante, sin haber calmado el
impetuoso deseo, pero lo encarcelo al contemplar la figura que surge entre los
árboles que rodean el lugar.
―No tienes que vigilarme. ―Miro a Liana, que se
acerca con su habitual calma.
―No te vigilo. Custodio el lugar como lo ordenó
Barón. ―La Antigua Anciana juega con su collar de plumas mirando a nuestro
alrededor.
―Te aseguro que Calesia tiene cosas más
importantes que hacer, en vez de intentar secuestrarme otra vez. ―La expresión
de Liana se contrae ante la frialdad de mis palabras, pero eso no hace que
sienta remordimiento―. Liana, lamento que vayas a perder a una de tus hermanas,
pero no me arrepiento de lo que hice.
―Sé lo que sientes y sé por qué lo hiciste. ―Liana
se aproxima, mientras comienzo a caminar en dirección hacia el castillo―. Lo
que desconoces, es lo que significa para nosotros su pérdida.
―Tienes razón. No lo sé, pero no soy tan compasiva
como ustedes para olvidar todo lo que hizo. Ella fue la causante de la muerte
de Asila.
―La partida de Asila fue el inicio. La muerte de
Calesia será el final.
―¿De qué hablas?
―Las respuestas llegarán a su debido tiempo.
―Pensé que el tiempo de los secretos había
terminado. Si hay algo que deba saber necesitas decirlo.
―¿Tú te encuentras lista para hablar de tus
secretos? ―Se acerca y posiciona la mano sobre mi pecho―. ¿Estás preparada para
decirme lo que te atormenta?
―Lo que me atormenta es terminar con esta guerra. ―Doy
un paso atrás, alejándome de su toque y del dolor que quiere brotar.
―Terminar con esta guerra no hará que recuperemos
todo lo que hemos perdido. ―Su voz vacila un instante, mostrando la pena que la
asola.
Me giro y comienzo a caminar nuevamente. Me alejo
de su presencia, al no querer abrir la puerta en la que se encuentra el
recuerdo de todo lo que he abandonado.
―No puedes seguir huyendo. ―Liana adquiere
velocidad, impidiéndome el paso.
―Esta vez no estoy huyendo, esta vez estoy
enfrentando lo que debo hacer ―afirmo con la determinación que se ha mantenido
desde que fui vinculada.
―¿Y eso qué quiere decir? ―Liana mantiene mi
mirada.
―Quiere decir que, finalmente, tomaré el lugar que
me corresponde como reina de Badru, y no descansaré hasta erradicar la
oscuridad.
―La oscuridad también está en ti ―declara,
comprensiva, esperando a que al fin le abra mi corazón y le diga lo que me
sucede.
―Si los vencemos, eso también se acabará. ―Es la
respuesta que doy, porque es la única que hoy poseo. Mi objetivo es uno, y todo
lo que pueda sentir es una gran nebulosa que, si la dejo avanzar, estoy segura
de que me destrozará.
―¿Qué sucederá si no lo puedes matar?
―Esa no es una opción. Lucharé hasta lograrlo. ―Rodeo
a la hechicera y me pongo en marcha otra vez.
―¡Sabes que en esta cruzada puedes morir tú y
también él! ―grita para hacerse escuchar.
―Haré lo que sea necesario ―respondo, alejándome
de ella, consciente de que mis palabras no son a la ligera.
Apuro el paso, al tiempo que rebusco debajo de mi
ropa el colgante que realicé y aprieto con fuerza el trozo de madera del bastón
de Asila. La energía que sentí en el momento de su deceso ya no la percibo,
pero esto no hace que olvide lo que ella sacrificó. Y tampoco hace que olvide
todo lo vivido desde que dejé por primera vez mi hogar.
La oscuridad en mi interior se agita,
transformando la tristeza en ira. Me aferro a este sentimiento, reafirmando
otra vez, que vengaré a cada una de las personas que perecieron ante las manos
del Valle Oscuro. No tendré compasión con ninguno de ellos, ni siquiera con él.
Al aproximarme al castillo, Taviana se une a mis
pasos, al igual que se hace visible el gran ejército que ahora habita en el
interior del Bosque Blanco y en sus alrededores. Desde que retornamos a este
reino, la convocatoria de soldados se ha incrementado y esperamos la llegada de
más. Mi hermano ha enviado emisarios en todas direcciones, en la búsqueda de
personas que no estén bajo el encantamiento y que se quieran sumar a la
batalla.
Desde mañana se iniciará el entrenamiento y la
preparación de la estrategia que utilizaremos para vencer al reino de los
lobos. Me hubiera gustado iniciar antes la planificación, pero los Antiguos
Ancianos han guardado luto estos días por el deceso de Asila. Mi duelo no ha
sido por respeto hacia ellos. El mío ha sido por la hechicera, quien se había
transformado en mi amiga y en la única persona que creía en mí.
Sigo mi andar sin prestar atención a ninguna de
las personas que cruzan mi camino y que, al verme, realizan una reverencia. No
me detengo hasta que llego a mi alcoba con la intención de cambiar mi ropa
húmeda.
Al ingresar, como siempre, encuentro a Sondra
preparando mi vestimenta y, aunque en reiteradas ocasiones le he solicitado que
no lo haga, ella insiste en regresar. La explicación ante su terquedad se basa
en el agradecimiento que siente por haberla liberado de su antiguo hogar.
Me detengo al observar que, en el interior, además,
se encuentra Zelania, Antigua Anciana regenta de la Casa de los Zorros. Estos
días los hechiceros no se han apartado de mi lado. Se han turnado para
vigilarme con la excusa de prevenir una represalia por parte de Calesia, pero
sé que, en el fondo, lo hacen porque no confían en mí. Quizás piensan que en
cualquier momento los podría traicionar o quizás huir para buscarlo a él.
―¿Necesitas que cure tus heridas? ―La hechicera
recorre los rasguños que llevo en mis brazos y rostro.
―No es necesario, lo que necesito es privacidad
para cambiarme ―respondo apática, porque el desprecio de mi voz es algo que no
he podido, ni he querido matizar.
Zelania asiente con su cabeza para luego
desaparecer. La fría brisa pasa por mi lado y, al seguir los ojos de Taviana,
me confirma que ahora se encuentra apostada afuera de la puerta.
―¿Te puedo ayudar en algo? ―Sondra pregunta,
observando las heridas de mi cuerpo.
―Ya lo has hecho. ―Señalo la ropa acomodada sobre
la cama―. Puedes retirarte.
―Te esperaré para bajar al salón a cenar ―responde
con firmeza, la misma que ha ocupado los últimos días.
―¿También te pidieron que me vigilaras? ―pregunto,
mientras comienzo a quitarme la ropa.
―No lo han hecho, solo quiero ser de utilidad. ―Se
aproxima unos pasos, cargando un vaso de agua que me ofrece―. Sé que no somos
cercanas, pero me gustaría ayudarte en lo que necesites, sobre todo en este
momento, me refiero a la Luna Llena.
―¿Saldrás a
correr conmigo? ―Recibo el vaso ignorando la mención a mi fertilidad que, desde
siempre, ha sido de dominio público.
―Si es lo que necesitas.
―Lo que realmente necesito nadie me lo puede
entregar ―asevero, y comienzo a vestirme.
―Tal vez…
La interrumpo alzando mi mano, para que no
continúe con cualquier idea que vaya a sugerir.
―No bajaré a comer. ―Esta vez, al responder, no suavizo
el tono de voz―. Si de verdad me quieres ayudar, déjame sola.
Me observa, quizás con la intención de rebatir la
solicitud, pero mi expresión junto al gruñido de Taviana, es suficiente para
que acate la petición.
Una vez que abandona la alcoba, termino de
vestirme con un conjunto de pantalones, botas, una camisa y sobre esta, un peto
de cuero que llega hasta mi cadera, el cual es afirmado por un cinturón que se
ciñe a mi cintura. El tiempo de corsés y represión ha terminado por mi parte.
Me acerco al tocador y localizo varias horquillas
que utilizo para domar los extremos de mi cabello. Después de que lo corté, ya
no es una opción realizar un recogido completo.
Me aferro a la mesa, exhalando profundamente al
sentir que el calor aumenta al estar encerrada en esta alcoba. Salgo del lugar
en busca de aire o de calma. Taviana, de inmediato, se une a mis pasos e ignoro
a la hechicera que se encuentra de pie afuera de la habitación.
Camino por los corredores sin un objetivo
determinado, consciente de que no importa a dónde me dirija, la tempestad de mi
interior se quedará. Bajo la imponente escalera, doblando hacia el otro lado
del salón, en donde la mayoría de las personas se encuentran cenando. Zelania
sigue mis pasos, mas a una distancia prudente, de la misma forma que lo han
hecho todas las personas que habitan en este lugar. No sé si lo hacen por mi
nueva apariencia o, porque cada vez que me han hablado, mi respuesta ha sido
parecida a un gruñido. Me gustaría mostrar más empatía, pero eso es algo que ya
no siento. Lo único que me sigue moviendo es el dolor, el odio y, por supuesto,
la venganza.
Giro en el siguiente corredor al escuchar y
reconocer voces familiares. Me acerco a la habitación en donde se localiza el
armamento de los Antiguos Ancianos. Entro junto a Taviana. Zelania se queda
afuera.
Hacia el fondo del lugar y junto a una mesa, se
encuentra Gamar y mi hermano. Los dos examinan, concentrados, varias armas en
exhibición. Al sentir mi presencia, ambos se giran en mi dirección.
―Princesa. ―Gamar es el primero en saludar. En su
caso, no existe reverencia, en su pueblo no era costumbre bajar la cabeza ante
nadie. Lo que sí asoma es una pequeña sonrisa.
―Eleonor. ―Mi hermano me regala una pequeña
inclinación de cabeza. No obstante, como ha ocurrido en los últimos días,
rehúye mi mirada. Aunque no ha mencionado qué lo aflige, sé que se siente
responsable por la pérdida de Asila, así como también por no haberme podido
salvar de ser enlazada. Además, estoy segura de que piensa que mi actual condición
es un cruel castigo. Observar mis ojos enrojecidos junto al acompañamiento de
Taviana, es un recordatorio de su fracaso. Me gustaría decirle que no es su
culpa, que fue mi decisión quedarme en el Valle Oscuro, pero nuevamente, se
aleja sin decir una palabra.
―Debes darle tiempo ―Gamar aconseja, y yo observo
cómo mi hermano sale de la habitación.
―No tenemos tiempo ―respondo, consciente de que
estamos a días de enfrentarnos a una guerra. Y si esta me lleva a la muerte,
necesito resolver la relación con mi hermano. Pero, al igual que él, me siento
responsable por lo sucedido y no encuentro las palabras.
―Mira lo que encontramos ―Gamar informa, buscando
mi atención.
Observo sin mucho interés el objeto que carga en
sus manos, que es parecido a una ballesta.
―Estamos indagando la forma de adaptarla para que
lance redes. ―Me muestra uno de los extremos. Al mirar mi expresión de no
entender, continúa con su explicación―: La idea es poder capturar a los
animales que se encuentran enlazados. Como lo hemos conversado, nuestra
intención es poder salvar tantas vidas como sea posible, hasta que el
encantamiento se rompa.
―¿Confías en lo que dice el libro? ―pregunto,
mirándolo a los ojos, tratando de que ellos me señalen la verdad.
―La confianza hace mucho que se perdió ―responde,
dejando la ballesta sobre la mesa y luego retorna su mirada hacia mí―. Por mi
parte, solo queda la determinación de rescatar a mi pueblo. Así que haré todo
lo que esté a mi alcance, eso incluye confiar en lo que dice un polvoriento y
antiguo libro.
No es necesario que trate de ver a través de él o
de sus palabras, como siempre, su expresión indica sinceridad.
―Acércate. ―Lo sigo hasta otra mesa lateral, donde
se encuentran más armas―. Esto lo seleccioné para ti.
Me indica los objetos que relucen ante las
incontables velas que cuelgan de los candelabros. Lo primero en apreciar es un
arco de madera, haciéndome recordar el que me fabricó cuando fui una invitada
en su casa. También hay espadas, diferentes tipos de dagas y un cinturón
especial para poder cargarlas. A simple vista, el arsenal podría ser igual a
cualquier otro, pero, al examinarlo con detenimiento, me doy cuenta de que su
tamaño se ajusta a mi estatura. Además, cada elemento lleva marcado en algún
costado la Luna Llena. Debería emocionarme ante el gesto, pero la mención a mi
fase, es solo el recuerdo del legado de destrucción que me dejó mi padre.
―Gracias. ―Me obligo a responder con gentileza.
Gamar ha sido el único que me ha tratado con normalidad estos días. En ningún
momento ha rehuido de mí, y tampoco he notado desconfianza.
―¿Quieres probarlas? ―pregunta, cuando se percata
de que otra vez estoy desapegada de la realidad. Analizando y ordenando mis
pensamientos que, desde que me vinculé, nunca han vuelto a estar calmos.
Gamar toma una cuchilla y me la extiende. Al
recibirla, nuestros dedos se rozan y, al instante, el constante deseo se agita.
Un escalofrío me recorre y, de forma instintiva, deslizo mi mirada por el
contorno de sus ojos, baja por su quijada, hasta que se sitúa en su boca. El
calor de mi piel aumenta y, aunque es otro el cuerpo que deseo, mi naturaleza
me implora a que sacie mi necesidad. El gruñido de Taviana es quien me
despierta, dando un paso atrás.
―¿Qué sucede? ―pregunta, quedándose en su lugar.
―Nada. ―Trago la saliva que se ha filtrado en mi
boca, al tiempo que recuerdo las palabras de Barón, quién, hace unos días atrás,
volvió a sugerir que procreara un hijo para mantenerme a salvo.
Esta vez, existe solo una opción para esta
concepción, el rey de Aquilón. El hechicero piensa que la unión de nuestros
reinos, sería una muestra de resistencia ante nuestros adversarios, y también
hacia nuestro pueblo, el que busca esperanza. Por mi parte, me negué, rotunda,
a un embarazo, sin embargo, el matrimonio aún no lo descarto. Como dijo el
hechicero: unir nuestras casas, es el mensaje de fortaleza que necesitamos
entregar a los del Valle Oscuro. Comunicarles que no estamos abatidos, al
contrario, estamos de pie con más ímpetu que nunca y vamos por ellos.
―¿Siempre harás esto? ―Gamar me observa en un tono
casi aburrido.
―¿A qué te refieres? ―Trato de cambiar mi
expresión, pensando que él se dio cuenta que estoy considerando nuestra unión.
―Me refiero a que yo hablo, tú enmudeces un tiempo
considerable y luego reaccionas como si quisieras arrancar una cabeza. ―Sonríe
ligeramente, para luego, cruzar los brazos y apoyarse de la mesa, como si mi
respuesta fuera a tardar otra vez un tiempo.
―Me disculpo, solo estoy distraída. ―Me concentro
en la daga que cargo en mi mano, girándola y evaluando el peso.
―Entonces, ¿qué quieres hacer? ―El tono de su voz
me inquieta porque, no estoy segura qué está preguntando. Al otra vez
enmudecer, aclara―: ¿Quieres ir a cenar o prefieres probar tu nuevo arsenal?
―Definitivamente, quiero probar el arsenal. ―Exhalo
el calcinante aire que aprisiona mi pecho, y ciño el nuevo cinturón a mi
cuerpo.
El odio vuelve a resurgir por las sombras que me
acechan y que me quitan el control, pero no cedo. Como juré, nada ni nadie me
volverá a doblegar.
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