¿ES BROMA?
Capítulo 1
Amanda observó la oscuridad a través de los cristales y abrió sus ojos
al percibir que el carro desaceleraba su marcha. El metro de Santiago se detuvo
en el interior del túnel y de los altoparlantes le llegó la voz aguda del
conductor.
—Señores pasajeros, se presentó un inconveniente en el
sistema eléctrico de las vías, pedimos su comprensión y colaboración, mientras
solucionamos el problema a la mayor brevedad.
“Voy a llegar
atrasada”, pensó. Buscó en el interior de su cartera el móvil y la hora le
indicó que no lo iba a lograr. Rodeó los ojos poniéndolos en blanco. Trató de
acomodarse entre la multitud que la mantenía presionada y no logró moverse nada
más que un par de centímetros.
El horario en el que se trasladaba no la favorecía. La
gran afluencia de público se hacía presente en su entorno, al encontrarse en la
hora punta. Estaba por enfrentar su primer día laboral y claro, que a ella le
podía ocurrir quedar atrapada. Maldijo, ya era muy tarde.
Sus pies comenzaron a quejarse, por su mala elección de
botas altas de ese día. Su idea había sido quitarse la imagen juvenil y
cambiarla por una más profesional y adulta. Recordando los comentarios de
manera constante que realizaban sus amigos en relación a su aspecto infantil.
Sonrió al rememorar las veces que no había podido
ingresar a algún bar, por ser catalogada como una menor de edad. Desde ese
momento había tenido que llevar consigo su identificación, ya que su mejor
amiga la había amenazado con degollarla si debían volver a quedar excluidas de
alguna fiesta.
Contempló a su alrededor y pudo acceder a un hilo de aire
fresco que se filtró por la ventana. La temperatura comenzaba a subir y si el
tren no reanudaba su marcha, el sudor surgiría en su piel. Sintió la presión de
las personas sobre su cuerpo y al descender su mirada, se espantó al observar
su maletín doblado. Trató de acomodar su brazo, pero le fue imposible.
Suspiró y realizó una mueca de disgusto, ya que el
trabajo que había realizado hasta la madrugada se comenzaba a destruir.
—Alguien se debe haber lanzado al metro —dijo una voz
femenina a su lado.
—¿Es broma? —dijo Amanda.
Examinó a la mujer de traje ejecutivo y uñas perfectas
que golpeaba su pie contra el suelo con rapidez. La asemejó a su nueva jefa
esperándola impaciente en su trabajo. Desvió la mirada y esgrimió una
exhalación. La hora avanzaba y llegaría tarde.
—Una vez que sucedió estuvimos casi media hora encerrados
—pronunció un joven a su izquierda.
—También es posible que nos soliciten descender del vagón
y nos hagan salir —volvió hablar la mujer ejecutiva.
—¿Es eso posible? —Amanda se comenzó a impacientar.
Maldijo por haber rechazado a su hermana cuando ofreció llevarla. Comenzó a
repiquetear con su mano de manera inquieta sobre su bolso.
El gritó de una voz masculina a su lado la hizo girar.
“¿Qué diablos?”, pensó. Ella también tenía problemas y no estaba gritando de
manera desaforada. Aunque no era mala idea para que los sacaran de ahí.
El hombre discutía por su teléfono algo en relación a un
proyecto, por lo que pudo escuchar. Sintió cierto alivio al darse cuenta que no
era la única encerrada y complicada a esa hora.
Observó su celular que le informó que llevaban cinco
minutos estancados y ante la ansiedad volvió a ejercer presión sobre su bolso
de mano, hasta que sus nudillos se tornaron blancos. Con su mirada recorrió el
lugar, buscando alguna forma de hacer que el vagón se moviera. Contempló el
freno de seguridad, si lo activaba tendrían que bajarlos. “Que eres idiota”,
pensó, “el tren ya está detenido”.
Un nuevo grito a su lado la hizo saltar, el hombre
continuaba alterado al teléfono. Lo miró con la intención de hacerle notar su
molestia, ya que no estaba ayudando con su mal genio a los demás encerrados
ahí. Mantuvo unos segundos sus ojos sobre él, pero el hombre no le prestó
atención. Al parecer el problema que lo aquejaba era más importante.
Se encontró con la mirada de la ejecutiva y se realizaron
un gesto de “que le vamos hacer, hay gente chalada en todos lados”. Al menos
eso fue lo que dijo ella con su expresión.
Volvió a su móvil y los minutos avanzaban, su pierna
comenzó a golpear el suelo, al ritmo de la ejecutiva en una coreografía de
nerviosismo. Pensó en buscar sus audífonos en el interior de su bolso, la
música la podría ayudar a distraerse. “No”, su cabeza gritó, “necesito salir de
aquí ahora”.
El hombre a su lado volvió alzar la voz y, esta vez,
Amanda le dedicó una mirada asesina. El alivio que momentos antes había
compartido con él, se transformó en clara ofuscación. Los ojos claros y
profundos del hombre se posaron sobre ella un instante y levantó sus hombros en
un gesto de ¿cuál era el problema?
Amanda sacudió su cabeza haciéndole notar su enfado, pero
a él no le importó, ya que solo desvió su atención y continuó con su
conversación telefónica. Por su apariencia pudo dilucidar que tendría unos
treinta años, pero para ser tan joven era bastante gruñón. Su traje oscuro a la
medida, acompañado de su camisa blanca y su maletín de cuero, le daban un toque
bastante formal. Pensó que tal vez llegaba tarde a una reunión.
Tensó su rostro y se balanceó de un lado a otro, no le
interesaba, tenía sus propias preocupaciones y una de ellas era llegar a
tiempo. El carro continuaba detenido y como lo había pensado el sudor la
comenzó a invadir bajo su blusa.
Cuando fue apartar su mirada, el hombre sonrió y escarbó
de forma descuidada su cabello. La expresión de sus ojos cambio y pudo notar
como su cara se iluminaba. Ya no pudo apartar su vista, era atractivo.
Amanda cerró su boca al darse cuenta que se había abierto
y se sorprendió del impacto que le produjo su expresión. Trató de recordar la
última vez que le atrajo un hombre por su apariencia y la imagen se volvió
difusa. Se preguntó si su olor sería igual de agradable que su aspecto.
Después de su última decepción amorosa, no buscaba
ninguna relación ni casual, ni permanente. Solo quería enfocarse en sus
estudios y en la actualidad a su nueva experiencia laboral. Aunque, si la
invitaba a salir le daría una oportunidad, solo tendría que pasar una prueba
clave para ella, el aroma.
“Amanda, no estás en un bar, es el metro y tienes que
llegar a tu trabajo y si no te diste cuenta ya llevas diez minutos encerrada”,
su cabeza le gritó.
Desvió su atención hacia otro sector del vagón, sus ojos
se encontraron con los de una joven estudiante, por su vestimenta dedujo que
tendría unos quince años, algo en su mirada la alertó. Un hilo de sudor se
posaba sobre su frente y sus ojos indicaron que algo le incomodaba.
Amanda la contempló, tratando de descubrir qué la
mantenía inquieta, y claramente nerviosa. Giró un poco más su cabeza hacia
atrás, observando a un hombre demasiado cerca de la joven, tanto que traspasaba
su espacio personal.
Examinó al tipo y lo primero en notar fue una cicatriz
sobre su pómulo, que lo hacía parecer un delincuente. De su brazo colgaba una
chaqueta, en la cual escondía una de sus manos y lentamente bajaba el cierre de
la mochila, de la espalda de la estudiante. Y claro que era un ladrón.
Amanda volvió al rostro de la estudiante y se encontraba
petrificada en su lugar. El espejismo de su padre conectado a un ventilador
mecánico la abrumó. Hacía seis años había protagonizado un atraco violento. Dos
delincuentes le habían intentado robar su auto al salir de su trabajo, su papá
se resistió al robo y lo hirieron de gravedad.
Afortunadamente se había recuperado después de dos meses
hospitalizado, pero este hecho había detonado el traslado de ciudad. Sus padres
habían preferido buscar tranquilidad en el sur de Chile.
A los dos años, cuando llegó el momento de matricularse
en la universidad con su hermana, decidieron regresar a Santiago. Sus padres
que ya se habían establecido, favorecieron la quietud de Temuco. Aunque fue una
decisión difícil aceptar que sus hijas regresaran, las obligaron a inscribirse
en un curso de defensa personal.
Josefa, su hermana, solo asistió unos meses. Amanda
continuó entrenando kick boxing hasta
la actualidad. Había descubierto que era una práctica adecuada para despojarse
de la tensión y mantenerse en forma.
Volvió a examinar a la estudiante y meditó en prestarle
su ayuda. Pero si sus padres se enteraban de que se había implicado en un
asalto, sin dudarlo la arrastrarían de vuelta al sur. Esa posibilidad no estaba
en sus planes, adoraba Santiago.
Apartó la mirada de la joven y trató de encontrar a
alguien más que se diera cuenta de la situación. La ejecutiva y un hombre de
edad miraban hacia la ventana. Las otras personas jugaban con su celular con
los audífonos puestos. El único que captó su mirada era el guapo de traje
negro.
Lo observó directo a los ojos y con el desplazamiento de
su mirada, le hizo señas para que observara en dirección de la estudiante. El
hombre que ya no estaba al teléfono, puso expresión de no entender. Amanda
continuó mirándolo y le indicó nuevamente con el movimiento de sus ojos, la
dirección en que necesitó que observara. El hombre le cerró un ojo y sonrió.
“¿Es broma?”, pensó. “Cree que le estoy coqueteando”.
Rodó sus ojos poniéndolos en blanco. Volvió a observar a la joven y sus ojos ya
estaban inundados en lágrimas.
Maldijo, ya que nadie se daba por enterado, tendría que ser
ella quien la ayudara. No podía pasar esa situación por alto. Sería como
transformarse en un cómplice silencioso. Maldijo por segunda vez. Recorrió
nuevamente el lugar y no, nadie se daba cuenta.
Respiró de manera profunda y se decidió, utilizó el tono
de voz más amenazador que pudo.
—¿Se te perdió algo en esa mochila? —gran parte de la
gente se giró para observar. El delincuente retiró su mano y la escondió debajo
de la chaqueta.
—¿Me hablas a mí? —respondió en gesto desafiante.
—Claro que a ti —replicó con decisión. Se movió un poco a
través de la gente y llegó hasta la mochila de la estudiante y la cerró.
—¿Estás bien? —le preguntó a la joven. La estudiante, aún
petrificada, solo asintió con un movimiento de cabeza.
—¿Qué paso? —se inmiscuyó la ejecutiva de uñas perfectas.
—Es un ladrón, le estaba abriendo la mochila —con un
gesto señaló al delincuente.
—¿A quién le estás diciendo ladrón vieja alcahueta?
—apareció detrás del bandido una mujer corpulenta de pelo oscuro—. Mi marido no
es ningún delincuente.
La multitud se giró nuevamente para observar la
situación, pero por su reacción no tenían intención de involucrarse. Amanda se
sorprendió al darse cuenta de que el tipo no andaba solo y además se molestó
por el comentario de vieja. Resolvió no responder, ya había logrado su
cometido.
La voz del conductor del metro surgió por los parlantes,
anunciando el restablecimiento del sistema. Amanda exhaló de manera aliviada.
Además de ir tarde en su primer día, se encontraba encerrada con dos
delincuentes que la miraban con cara de asesinos en potencia.
—Oye a ti te hablo cara bonita ¿a quién llamas ladrón?
—volvió a desafiarla la mujer corpulenta.
Las personas a su alrededor centraron su atención afuera
del vagón, como buscando algo perdido. Amanda comenzó a ponerse nerviosa, el
maldito tren no llegaba nunca a su parada. Desvió su atención hacia otro lado,
ignorándolos.
Sus ojos se encontraron con el atractivo hombre que
vestía de negro. Analizaba la situación con expresión seria.
Al detenerse el tren en la estación las puertas se
abrieron. La gente comenzó a descender de manera rápida y al fin escuchó unos
murmullos que preguntaban por los guardias. Amanda siguió a la multitud
tratando de mantenerse lo más alejada de los delincuentes. Una mano la agarró
del pelo y la tiró hacia atrás.
—Para la próxima métete en tus asuntos —susurró en su
oído la mujer corpulenta.
—Vamos, que vienen los guardias —gritó el ladrón a su
compañera.
Amanda, que estaba acostumbrada a sus combates en el
gimnasio, de manera instintiva se giró y conectó un derechazo en el pómulo de
la mujer. La observó salir expulsada hacia el suelo.
“¿Qué cresta hice?” fue su primer pensamiento, mientras
se agarraba la muñeca por el fuerte dolor, en sus combates siempre utilizaba
guantes de box.
Los gritos inundaron la estación y la gente comenzó
arrancar en todas direcciones. El delincuente, al ver a su compañera en el
suelo, se abalanzó sobre Amanda, pero el hombre vestido de negro se interpuso
en su camino dándole un empujón.
“Menos mal que por fin alguien reacciona”, pensó. Le
agradeció el gesto con la mirada. Un movimiento detrás de ella la puso en
alerta, la mujer corpulenta se había incorporada y por lo que advirtió, no venía
con la intención de conversar. Le quiso explicar que la golpeó por un acto
reflejo de sus innumerables combates sobre el ring, pero al parecer no le daría
el tiempo, ya estaba casi encima de ella.
Agarró su brazo y la inmovilizó y como ya lo había
practicado varias veces pateó su abdomen con la rodilla, lo que la dejó sin
respiración y fuera de combate.
Amanda se alucinó de la adrenalina que fluyó en su
interior, había tenido muchos combates sobre el cuadrilátero, pero nunca uno en
la vida real, se sentía mejor de lo que esperaba.
En el andén se escuchaban los alaridos de las mujeres y
gritos que llamaban a los guardias. El hombre de negro se situó con rapidez al
frente de Amanda, ya que el delincuente había reaccionado y venía con decisión
hacia ellos.
Amanda alcanzó a observar cómo el hombre de negro caía de
rodillas, por la gran patada que el ladrón le propinó en los genitales. Ya
había perdido la paciencia, soltó sus cosas y plantó sus pies en el suelo,
levantó los brazos con sus manos empuñadas y se puso en posición de combate.
Esperaba que Jean-Claude Van Damme surgiera de su interior
El hombre de ojos claros desde el suelo alcanzó a tomar
una de las piernas del delincuente, lo que hizo que se desequilibrara. Amanda
que lo esperaba, al ver que caía le dio un puñetazo con todas sus fuerzas en el
estómago y luego una patada en la rodilla, haciendo que se retorciera de dolor,
volvió a golpear su rodilla y cayó. Se giró esperando encontrar a la mujer
corpulenta, pero seguía arrodillada en el suelo, tosiendo, aún no podía
encontrar su respiración.
Escuchó pasos corriendo por la estación y percibió alivio
al ver la figura de tres guardias acercándose. Aunque los delincuentes trataron
de incorporarse para huir, los guardias los apresaron con rapidez. Los aplausos
comenzaron a inundar el lugar.
Amanda respiró en una profunda exhalación, al ver la
situación controlada. Bajó sus brazos y se acercó al hombre atractivo que aún
continuaba en el suelo; por su cara, el dolor en sus partes íntimas era grande.
—¿Estás bien? —Amanda le tendió una mano para ayudarlo a
incorporarse.
—No, ¿por qué no me dijiste que necesitabas ayuda? —el
hombre se levantó con una mueca de malestar.
—Lo intenté —contestó Amanda irritada.
—Podrías ser más explícita para la otra.
—¿Es broma? ¿Tendría que haber gritado y agitado mis
manos? —Amanda lo miró y movió la cabeza.
—Olvídalo, ¿cómo hiciste eso? —El hombre se paró a su
lado, acomodando su ropa.
—No estoy segura, déjame respirar y te respondo —Amanda
se sentó en la primera butaca del andén que visualizó. Aún no daba crédito a lo
sucedido. Su entrenamiento al parecer había surtido efecto. Se fascinó del
modo ataque del cual había hecho gala hace unos segundos.
—Ya nos volveremos a ver, niña bonita —gritó la
delincuente mientras los guardias la arrastraban a seguridad.
Amanda la miró con gesto de “eres una imbécil”. Los
aplausos y ovaciones continuaron en el andén de las personas que se mantuvieron
en el lugar.
—Eres genial —la ejecutiva le palmeó la espalda.
Amanda pensó que su familia no lo consideraría de esa
forma.
—Saluda a tu público —le pidió el hombre atractivo.
Al escuchar esas palabras Amanda quiso ahora golpearlo a
él, ¿estaba de broma?, había tenido una situación más que extrema, lo único que
quería era desmayarse. Pero los gritos y aplausos continuaron.
Amanda se levantó y saludó con su mano a la gente. Uno de
los guardias le indicó a la multitud que comenzaran a circular. Algunas
personas saludaron a Amanda y luego continuaron su camino. Al disiparse la
gente vio su cartera y bolso en el suelo con todas sus pertenencias esparcidas.
Su delantal arrugado, y el cartel de bienvenida que había preparado la noche
anterior estaba roto en un costado. Se levantó de un salto; con el altercado
había olvidado que debía llegar a su trabajo.
—Mierda —Amanda corrió a recoger sus cosas.
—¿Estas bien? —el hombre de negro la siguió para
ayudarla.
—¿Es broma tu pregunta? Claro que no, acabo de agarrarme
a golpes y además llego tarde a mi primer día.
—¿Esto es tuyo? —dijo con el delantal verde en la mano.
—Sí, ¿por qué? —Amanda respondió ofuscada, no tenía
tiempo para socializar. Continúo recogiendo las manualidades que había
recortado el día anterior.
—Pensé que eras un detective encubierto o algo así, pero
jamás que eras maestra —el hombre la indagó con sus ojos.
—¿Y eso que quiere decir?, que tú andes vestido de negro
no quiere decir que seas sepulturero o algo así.
—No te lo tomes a mal, pero las maestras infantiles…
—¿Se supone que tengo que cantar canciones de niños todo
el día? —Amanda lo interrumpió. No era la primera vez que tenía que defender su
profesión, en el pasado siempre era objeto de bromas por parte de sus amigos.
—No dije eso, solo me sorprendiste —el hombre continuó
recogiendo los objetos del suelo.
—¿Se encuentra bien? —Un guardia se acercó―. ¿Necesita
que contactemos a alguien?, su mano esta hinchada.
—No se preocupe, estoy bien —Amanda se acomodó su ropa y
se colgó su maletín. Ya era demasiado tarde.
—¿Le puedo hacer una pregunta? —dijo el guardia.
—Sí, claro —Amanda rogó que no le solicitara imponer algún
tipo de denuncia. Necesitaba mantener los sucesos en discreción, además no tenía
tiempo.
—¿Usted es karateca?
Amanda tomó su cara con las manos. Todo el incidente
había pasado muy rápido. Meditó en cómo se debió haber visto en frente de las
demás personas y se largó a reír.
—Soy Diego. —El hombre atractivo le tendió la mano
acercándose.
Amanda percibió cómo su olor la inundaba. Había pasado la
prueba, la fragancia que emanó fue tan deliciosa como su apariencia. Lo observó
directo a sus ojos claros, al parecer eran verdes.
“¿Qué me pasa?”, pensó. Su último objetivo en ese momento
era coquetear con él, aunque lo hubiera hecho, maldijo su mala suerte.
Un tren llegó a la estación y una gran multitud
descendió.
—Diego, muchas gracias por la ayuda, me tengo que marchar
—Amanda terminó de recoger sus cosas, le quitó su delantal y comenzó a caminar
hacia la salida.
—Espera, se te queda esto —Diego levantó una manualidad
con forma de mariposa y caminó tratando de alcanzarla.
Amanda se giró desde las escaleras y sonrió.
—Te la regalo, que tengas una excelente semana —corrió a
la salida y desapareció.
Continuará...
Espero lo hayas disfrutado, si te animas deja tus comentarios.
Si deseas saber que sucede con Amanda solo debes seguir los siguentes enlaces y encontrarás el libro completo. Un abrazo.
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https://www.youtube.com/watch?v=poMSbSq9QN0
Interesante relato, lleno de detalles y sutilezas, todo en una escena . Notable
ResponderEliminarLa cotidianidad descrita desde la simpleza hasta los rincones mas profundos de las emociones humanas. Donde cada párrafo describe lo que muchas veces ocurre en un metro, bar, etc. Cada día puede ser diferente para bien o para mal, y todo fluye entre nervios, locura y alegrías a veces fugaces Me gusto mucho, Saludos Tamara
ResponderEliminarque entretenido....como mantienes la tensión y no es broma, la escena te acoge y no puedes dejar de avanzar....espero llegue pronto mi libro ....gracias....
ResponderEliminarMe encantó el primer cap!
ResponderEliminarWeno weno, no soy de leer mucho y me tinco este libro y lo compre, rápido entretenido y quede enamorada de XXXX
ResponderEliminarMe encantó promete mucho,espero subas más capítulos
ResponderEliminarUn libro que me identifico completamente, que me hizo ver que intentar abrir las alas cuesta pero se consigue, lo recomiendo 1000% porque tendras sensaciones a flor de piel, que no se sorprendan si rien y lloran a la vez... Exito Tamara... Para mi tu libro es un 11
ResponderEliminarLeí el primer capítulo y mu gustó mucho....la historia envuelve muy rápido y eso es genial. Felicidades
ResponderEliminarLeí el primer capítulo y mu gustó mucho....la historia envuelve muy rápido y eso es genial. Felicidades
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