Descendiente de las Tinieblas (Libro 3)
—¿Alen
estás ahí? —susurro para que únicamente él pueda escucharme. Todavía esperando
la señal que me diga que esto es un engaño y que la vinculación no se logró por
completo.
—Aquí
estoy. —se acerca susurrando en mi oído y el alivio me recorre sólo hasta que
me vuelve a mirar. Su sonrisa es sarcástica y lo que finalmente me despedaza,
es el brillo rojizo que envuelve de forma siniestra sus pupilas.
Él
ya no está. Alen se enlazó.
—¡No! —grito con mi voz dañada. La dolorosa vibración de mis cuerdas
vocales me alerta a abrir los ojos. Rápidamente me incorporo en completa
oscuridad y busco a mi alrededor a Alen. El desconcierto me atrapa al darme
cuenta que ya no me encuentro en el salón. Deslizo mis piernas fuera de la cama
en la que me encuentro y debo tomar un momento de quietud para no caer.
Sin ser solicitadas, distintas imágenes de lo ocurrido se atropellan
en mi mente y los temblores las acompañan. Las punzadas en mis sienes taladran
como si hubiera sido golpeada. El recuerdo de lo presenciado, otra vez me
consterna haciendo que mis músculos se tornen rígidos. El cántico de los
guerreros unido al aullido de los lobos se mantiene constante en mis oídos y no
sé si seré capaz de quitar de mi memoria el grito desgarrador de Alen.
Alen…
Los temblores de mis manos se intensifican y la visión del rojo en sus
ojos hace que mi corazón; el que pensé que había perdido, palpite otra vez a
gran velocidad. Me recuesto nuevamente porque si no lo hago volveré a caer o
quizás, a perder la conciencia como lo he llevado haciendo desde que retorné a
mi casa. La de Los Ciervos. Un reino que ahora se encuentra en completa
oscuridad.
De forma ingenua y por un momento llegué a creer que después de viajar
a través de las visiones, nuestro recorrido al fin se despejaba.
Lamentablemente conocer el verdadero linaje de Alen no fue la respuesta que
esperábamos, menos cuando Calesia, la maldita hechicera que colabora con la causa
del Valle Oscuro, se infiltrara en su antiguo hogar.
Su intromisión, usurpando el cuerpo del príncipe de Aquilón, aplastó
nuestras esperanzas y también logró cumplir su objetivo. Apresarme y conseguir madera
de su árbol sagrado. Además, consiguió información importante para sus líderes,
como la no vinculación de Boreas, con lo cual su vida fue sentenciada.
Me gustaría mantener la ilusión de que aún podremos revertir esta
guerra, pero el ejército de Vulpis no cuenta con los hombres suficientes y mi
hermano, quien lo lideraba la última vez que lo vi, se encontraba gravemente
herido. Gamar logró huir de Aquilón, sin embargo, su hogar también fue invadido.
Los Antiguos Ancianos que podrían haber intercedido por Badru se
mantuvieron al margen del conflicto y la única que se comprometió a prestarnos
ayuda fue Asila. La tristeza se ensancha al recordar que fue herida y tal vez
de manera mortal. Mostrándome que todas las personas que me han rodeado, que he
conocido y he amado, han sido presa de violentos actos.
La aflicción me vuelve a golpear al recordar el rostro de Alen y a la
dolorosa tortura a la que fue expuesto. Lo forzaron a sucumbir a la oscuridad,
obligándolo a observar la muerte de uno de sus seres queridos. Él cedió y sé
que no fue su voluntad, sino más bien una acción desesperada para evadir la despiadada
realidad que le fue enseñada. Pero sin duda no lo puedo culpar. Los responsables de este acto tan vil
son otros, y sus rostros se han marcado en mí de la misma forma que llevo la
figura de mi fase. De la misma manera que mi amor se selló para siempre. Del
mismo modo que llevo la aflicción y también el odio.
Debería seguir batallando, pero lamentablemente hoy me encuentro a
merced de los líderes del Valle Oscuro y entre sus planes también está quebrar
mi fortaleza para que me una a su causa. La sugerencia de esta realidad pasó de
ser macabra a llevadera, ya que sería una manera de estar con Alen. Al menos en
la oscuridad, nos volveríamos a encontrar.
En este momento no necesito contemplar ninguna visión para conocer mi
futuro. Asila, cuando deliró por su fiebre, me lo dijo: “serás uno de ellos”.
El sueño que tuve aquella noche en el campamento el de mi vientre abultado y un
lobo devorándome, comienza a tener sentido. Con Alen encantado, mi azar ya se
ha trazado. Me deberé entregar a él en luna llena para fecundar a nuestro hijo.
El que se convertirá en el heredero y nuevo líder de Badru bajo un régimen de
destrucción.
A cada segundo me convenzo más que nuestro destino era algo que no
podíamos cambiar. Luchamos en vano contra una fuerza sombría envuelta de rencor
y odio. Sentimientos que nacieron y que se desarrollaron en el alma de los
habitantes del Reino de Los Lobos y los cuales ahora vienen con determinación
por una revancha que no distinguirá culpables de inocentes. Celsius, Calesia y
Priust lo han demostrado, y continuarán transitando sobre quien sea para lograr
sus objetivos, sin importarles a quien deban herir, abatir o hasta matar.
Mis cavilaciones se detienen al escuchar un repentino ruido de llaves.
De inmediato me repliego hasta que mi espalda se apoya contra la pared. No
estoy preparada para enfrentarme nuevamente con mis adversarios, y no sé si
algún día lo estaré.
Las sombras cobran forma cuando una silueta se interna en el espacio
cargando un candelabro en sus manos. Los movimientos se me hacen familiares,
pero no los logro identificar.
—Veo que ya despertaste. —El rostro se vuelve hacia la luz de las
velas y el tono de su voz al reconocerlo, me turba.
—Laurel. —susurro sorprendida. Mi voz apenas es audible por lo
lastimada de mi garganta y también por el impacto de encontrar a la doncella
que cuidó mis pasos desde pequeña, y la única mujer que se encargó de tocar mi
cabello durante todos mis años de crianza.
—Qué bueno que me reconozcas. —menciona quitándole importancia a este
encuentro. Se dirige a las ventanas y abre sus postigos. La luz del día entra
envolviendo la estancia y obligándome a parpadear varias veces para
acostumbrarme al resplandor.
—Ellos pensaron que una figura familiar sería necesario para que
asimilaras tu nueva condición.
Se coloca de pie frente a mí y con la claridad de los rayos del sol la
puedo contemplar. Sigue siendo la misma joven delgada de cabello oscuro, pero
su expresión ha cambiado completamente. La primera diferencia que noto desde la
última vez que la vi, es su cabello. Ya no se encuentra dividido en dos como
fue enlazado por el hombre que la desposó. Ahora, va suelto. Su ropa es café
oscuro y se adorna con una piel en el mismo tono. El borde de sus ojos se
encuentra pintado con trazos delgados que se pierden en sus sienes, dándoles
mayor profundidad.
—Te debo preparar. —menciona indicándome un vestido sobre uno de los
sillones.
Al dirigir mi vista hacia el lugar mostrado, mi asombro retorna al
percatarme del sitio en el que me encuentro. Rápidamente doy un repaso al lugar
reconociendo la alcoba, mi alcoba. Contemplo hacia uno de los extremos
encontrando el balcón que tantas noches me cobijó y en donde mis anhelos de
encontrar el verdadero amor fueron escuchados en reiteradas ocasiones.
—¡Arriba! —Laurel solicita enérgicamente. Hasta hace unas semanas me
hubiera lanzado a sus brazos para que me consolara. Ahora, al observar su
mirada vacía, mi instinto hace que me aleje.
—¿Te vincularon? —pregunto, aunque en realidad debería haber sido una
afirmación.
—Lo hicieron. —confirma—. Pero ya existirá tiempo de explicaciones,
por ahora me complace que hayas vuelto a nosotros y te conviertas en nuestra
Princesa de Luna Nueva y próxima Reina del Valle Oscuro. Asimismo, me emociona
que Alen también esté aquí. Está demás decir, que muchas de las doncellas se
encuentran muy entusiasmadas con su regreso, más aún que ahora es el verdadero
heredero al trono.
—¿Te emociona? —pregunto un tanto aturdida entre lo que me acaba de
soltar sin más.
—Por supuesto. ¿Te confieso algo? —Se acerca como si fuera a contarme
un secreto—. Nunca había observado a Alen de esa forma, pero ahora que aceptó
su origen, se ha vuelto un espécimen sumamente atractivo. Espero que no te
moleste compartirlo. Lo menciono porque nos dijeron que también habías
sucumbido a sus encantos y ahora que se desposarán, lamento decirte que no será
exclusivo tuyo.
—¡Cállate! —Fuerzo a mi voz a salir, momento en que también la empujo
para que se aparte de mí.
No sé qué es lo que me violenta más; si volver a encontrar a mi
doncella seducida por la oscuridad o que me hable de esa forma insinuando que
se meterá sin ningún descaro en la cama de Alen. Por muy en la oscuridad que
esté, él no se entregará a otra mujer. Me lo prometió. Su corte de pelo indica
que me pertenece.
—Me dijeron que no cooperarías. —Laurel responde de manera severa—.
Pensé que como nos conocemos, podría convencerte de colaborar.
—¿De qué hablas? —La miro atónita y por un momento me cuestiono si me
encuentro en una pesadilla de la cual no puedo despertar.
—En una hora debes bajar. —Se acerca al balcón y abre sus puertas.
Nuevos rayos de sol se filtran, mostrándome la realidad con más claridad—. En
el salón se realizará la presentación de Alen de manera oficial.
—¿Qué te hace pensar que participaré de eso? —pregunto sin poder
evitar que la rabia y el miedo aparezcan al imaginar a Alen bajo su nueva
condición.
—Créeme que cooperarás. Acércate. —Me indica el balcón nuevamente—.
Hay algo que debes ver.
Protesto en silencio y no solamente por controlar el malestar de tener
que continuar obedeciendo órdenes, sino también por la agitación que me produce
lo que encontraré una vez que salga al ventanal.
Levanto mi frente y camino hacia la terraza. Mis manos inevitablemente
comienzan a temblar y las envuelvo a mi cuerpo para ocultarlas. Apelo a lo que
me queda de dignidad para no dejar que Laurel ni nadie observen que mi valentía
flaquea.
Al enfrentarme al balcón el frío viento del acantilado golpea mis
pies, el que congela mi entumecido cuerpo. Alzo la mirada y a la izquierda se
muestran las embarcaciones que flotan apaciblemente sobre el mar que baña las
costas de nuestro territorio. Al frente se encuentra el patio central, el que
hasta hace poco se apostaba un gran mercado, en donde los habitantes de mi
pueblo comercializaban sus productos. Cierto alivio me recorre al darme cuenta
que la circunferencia que se utilizó para llevar a cabo el ritual ya no se
encuentra. Ahora el lugar se encuentra plagado de lobos y guerreros. Los cuales
cargan y custodian carruajes con diferentes tipos de ganado, víveres, telas, y
objetos que fueron saqueados de los otros reinos. Mi atención declina hacia un
grupo de hombres que se ubica en el centro. Un vértigo recorre mi estómago al
reconocer a la persona que llevan apresada.
—¡Suéltenla! —grito al ver a la Madre Antigua amarrada en una pira de
la misma forma que colocan a los hombres que serán azotados. Me giro hacia
Laurel—. ¿Qué creen que hacen?
—Es tu elección. —responde sin ninguna emoción en su voz—. La ves
morir o cooperas.
Las palabras de mi padre en relación al respeto que podrían tener por
una persona adulta son destruidas. La indulgencia es algo que no conocen.
Tristemente me doy cuenta que la Madre Antigua se convirtió en otro peón que
fue mantenida con vida con el único fin de utilizarla cuando lo requirieran,
como en este momento. Mi respuesta no la debo pensar mucho y aunque quiero
gritar negándome a cualquier acción a la cual aspiran que realice, me opongo a
dejar que otra persona sufra por mi culpa, menos mi abuela, ella no se merece
vivir tal situación.
—¿Entonces? —Laurel pregunta
detrás de mí, esperando.
—Cooperaré. —respondo resignada, pero no indiferente. Podrán forzarme
a acatar sus imposiciones, no obstante, mi convicción es algo que jamás me
podrán quitar. En este momento no estoy sucumbiendo, sólo me rindo a esta
batalla. A mi pesar, estoy sintiendo lo que me fue dicho con tanto desconsuelo
“Es más doloroso observar que morir”. Así también me fue demostrado anoche
cuando Alen fue vinculado. Mil veces hubiera preferido morir a presenciar tal
escena, la cual dejó una herida profunda que estoy segura que me acompañará
cada día que me quede de vida. Una parte de mí murió anoche. La otra agoniza y
no sé por cuánto tiempo más la pueda sostener antes de que se extinga.
A mi pesar, me he mantenido dócil mientras Laurel me prepara
situándome en el tocador después del baño. Me gustaría poder demostrar la
irritación que me produce ser obligada a estar como ellos lo llaman
presentable, pero di mi palabra que cooperaría. De no hacerlo, la Madre Antigua
regresará a la pira para ser torturada. Lo que me vuelve a advertir que no
tengo escapatoria. Celsius y sus secuaces poseen todas las herramientas para
quebrar cualquier intento de rebeldía. Me forzarán de una u otra manera a que
realice lo que ellos desean.
Mantengo mis manos en mi regazo mientras Laurel cepilla mi cabello. La
necesidad de increparla por haber claudicado a la oscuridad me acecha, pero al
igual que Alen, no es su culpa, solo es parte de una estrategia.
—¿Dorian cortó tu cabello? —Levanto la mirada y a través del reflejo
encuentro sus ojos.
—No. Él fue asesinado. —La tristeza se une a mi respuesta al recordar
al príncipe y también se adhiere a la rabia que continúa constante y
zigzagueando en mi interior.
—Entonces fue Alen. —confirma sonriendo de manera provocadora—. ¿Él
también fue el que tomó tu pureza?
—Eso es algo que no comentaré contigo. —Rehúyo a sus ojos para que no
lea la verdad en mi expresión.
—Fue él. —Suelta mi cabello dejando algunas hebras caer sobre mi
pecho—. ¿Es verdad lo que dicen, que es un excelente amante?
Me levanto como si hubiera sido clavada con una aguja y doy un paso
atrás para acrecentar el espacio entre nosotras. Una cosa es que coopere para
que no sigan hiriendo a mis seres queridos, pero otra es tener que escuchar la
desfachatez que suelta mi antigua y ahora nueva doncella. Sin mencionar, que su
nuevo estado, si lo puedo llamar de alguna forma, atenta contra mí
completamente. La dulzura y amabilidad que fueron sus cualidades, ya no
existen.
Tres golpes sordos en la puerta me paralizan y sin ser solicitados los
recuerdos se escabullen. La última noche en mi reino era Alen el que se
encontraba detrás de aquella puerta esperando para guiarme a la ceremonia de mi
matrimonio. El castillo estaba vestido de fiesta y los monarcas de todos los
reinos brindaban por el nuevo enlace. Las doncellas corrían de un lado a otro,
siendo para algunas su única preocupación ser elegidas por la mano derecha del
rey.
—Solo un minuto. —Laurel grita para ser escuchada por las personas que
aguardan en el corredor. Regresa por mí, tomándome del brazo para guiarme otra
vez el taburete—. Estamos atrasadas.
Despliega sobre el tocador varios pinceles y cuencos con cenizas de
diferentes colores. Sin consultarlo los comienza a aplicar en mi rostro.
—¿Por qué no estás con tu lobo? —pregunto curiosa, al darme cuenta que
solamente hemos estado las dos en la habitación y por lo general siempre he
visto a los animales con sus dueños o con las personas a las que los
vincularon.
—No poseo un lobo. —responde mientras trabaja afanosamente en el borde
de mis ojos—. Las mujeres por lo general no somos enlazadas a ellos. Nos
vinculan con su sangre, porque los animales son priorizados para los guerreros
quienes los utilizan como armas de guerra.
—¿Tu marido también fue enlazado? —Continúo mi incursión al ver que no
le crea conflicto responder algunas preguntas y ciertamente sería una forma de
saber bajo qué terreno me encuentro.
—Él murió cuando atacaron el castillo. —menciona, pero sin ningún
atisbo de sentimiento en su voz—. En aquel momento creí que moría de la
tristeza, la cual no perduró por mucho. Aquella misma noche nos llevaron al
salón principal y se realizaron los enlaces. Unirme a la causa del Valle Oscuro
fue lo que me salvó.
—¿A qué te refieres? —Cuestiono intrigada. Hasta hace poco he sabido
de qué forma se logra el encantamiento y cómo debo terminarlo. Pero desconozco
lo que ocurre exactamente con las personas que entregan su alma a la oscuridad.
En las palabras de Laurel extrañamente hay agradecimiento, algo que está lejos
de mi comprensión. No entiendo cómo puede sentirse a gusto observando la
aniquilación de nuestro mundo.
—Desde que mi corazón abrazó el enlace, dejé de sufrir, dejé de
sentir. —Reconoce mientras continúa trabajando con los pinceles en mi rostro—.
Es como si el peso de mis sentimientos se hubiese desvanecido.
—¿Cómo si fueras libre? —pregunto interesada ante esta nueva
revelación, ya que, si lo expone de esa forma, no puede ser tan malo.
—Libre de mis emociones, no las encuentro, como si nunca las hubiese
poseído. —Continúa respondiendo, pero de manera instintiva, como si nada la
perturbara—. Lo único que hoy veo y poseo es mi lealtad al pueblo del Valle
Oscuro y vengar el repudio con el que han sido golpeados. Por fin tomaremos lo
que les fue arrebatado.
Me levanta con fuerza y sin siquiera preguntarme, quita la tela que
cubre mi cuerpo. Con movimientos rápidos y eficientes pasa por sobre mi cabeza
el vestido. Me dejo mover de un lado a otro mientras sigue con el trabajo de
alistarme para el inaplazable encuentro con mis captores. Mis pensamientos se
mantienen desconcertados analizando la información que me entregó. Al
enlazarse, sus sentimientos son nublados y sólo responden a las órdenes de sus
líderes. Obedeciendo y sin cuestionar los mandatos de Celsius y Priust.
Nuevas interrogantes comienzan a cernirse sobre mí en relación al
encantamiento. De inmediato la alerta se despierta al pensar en Alen. Si sus
sentimientos fueron anulados, el amor que sentía quizás fue olvidado. Lo que
hace que me pregunte ¿cómo reaccionará él ante mi presencia? Por lo que me dijo
la última vez que lo vi envuelto en tinieblas, mantiene la idea de que nos
desposemos, sin embargo, el hombre que conquistó mi virtud, sin sus emociones
no será el mismo que ahora me posea bajo lo que le exige la vinculación.
Mis músculos se agitan ante la ansiedad, no estando segura de ser
capaz de abandonar esta habitación, menos para enfrentar la tergiversada
realidad que tendré que observar.
—Listo. —Laurel me mueve enfrentándome al espejo—. Como puedes
apreciar, mis habilidades continúan intactas.
Sonríe satisfecha a mi lado, haciendo que me cuestione si lo hace
porque realmente siente satisfacción o es sólo un acto reflejo. Me pregunto si
queda algún sentimiento en ella; aferrándome a la idea de que permanezca alguna
emoción en Alen. Me obliga a levantar mi rostro para observar el trabajo
realizado y por el cual se siente complacida.
—Maldición. —gimo al observarme. La imagen de la mujer que me devuelve
el espejo no la reconozco.
Lo primero que contemplo y que no pasa desapercibido es el peso que he
perdido estas últimas semanas. Mi clavícula se acentúa dejando a la vista dos
huesos que se unen en el centro de mi pecho. Mis caderas también destacan bajo
el vestido. Esta vez no llevo corsé, solo dos capas de telas de diferente
color. La de abajo es gris y sobre ella una negra. El escote es pronunciado
dejando a la vista el surco que se crea entre mis senos, los que con mi
delgadez se ven más pequeños de lo que son. Levanto mi rostro y contemplo mis
pómulos que también se realzan más de lo normal. Mi expresión es contraída y no
necesito estar vinculada para notar que el brillo y la vida de mis ojos ya no existe.
El trabajo del maquillaje en mi rostro es perfecto. Mis ojos se
agrandan y profundizan, pero hoy son sólo dos cuencos vacíos. Las marcas
rojizas que dejaron las cadenas en mis muñecas también fueron empolvadas y
aunque se ocultaron, el dolor palpitante sigue presente.
Mi mirada flota hacia el collar que es amarrado a mi cuello. Al
observar los dientes de lobo, instintivamente hago un gesto para quitármelo.
Laurel de inmediato me da una mirada reprobatoria indicándome el balcón. Exhalo
ofuscada, no sé cuánto tiempo más podré soportar las amenazas sin poder hacer
nada. Empuño mis manos para suprimir la necesidad de despojarme del accesorio
que me recuerda la cara de Calesia, junto a todos los actos despreciables que
llevó a cabo.
Dejo de manera resignada, pero no menos alterada, que ubique sobre mis
hombros un tocado de piel gris. La vestimenta es perfecta y hasta podría decir
que bella, pero lo que representa para mí, es sólo amargura.
Nuevos golpes en la puerta hacen que Laurel se mueva más rápido. Lo
último en ubicar sobre mi cabeza es una pequeña tiara de hierro. Los bordes han
sido tallados de tal forma que emulan colmillos del animal que rige la casa de
la que ahora soy prisionera. La del Valle Oscuro.
Los guerreros no esperan más y entran para escoltarme. No logro
moverme, no por querer negarme, sino por el terror que se posiciona en mi pecho
al tener que volver al salón para enfrentar al hombre que hasta hace poco me
pertenecía. Mis escoltas me empujan para que salga de la habitación. Me obligo
a mover mis piernas, las cuales no responden a mi mandato. Doy un paso no tan
equilibrado y me tropiezo. Antes de caer me afirmo del tocador e inhalo una
gran bocanada de aire. Al levantarme, mis ojos se clavan en un elemento sobre
la mesa de roble. Rápidamente estiro mi mano hasta debajo de una de las vasijas
y con la punta de los dedos agarro con firmeza la cinta de cuero negra. La
cinta que me regaló Alen. La empuño en mi palma y luego la llevo hasta mi
pecho, afirmándome con toda mi voluntad a lo único que me queda de él.
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