No es divertido


Capítulo 1


Camila terminó de acomodar su larga cabellera rubia en unos sofisticados rizos. Sus ojos celestes que, en general, se encontraban alertas, este día los observó en el espejo algo hinchados, y su boca, algo entreabierta, le daba a entender que no podía dejar de bostezar. Se subió en sus tacos de diez centímetros y acompañó su vestido crema pálido con un blazer.
Introdujo las últimas carpetas en su maletín, que la noche anterior había leído, con uno de los casos de divorcio más importantes para la firma de abogados en la que trabajaba. Pero un pequeño envoltorio al final de su bolso llamó su atención. Terminó de guardar sus últimos objetos con la intención de ocultarlo.

Caminó hacia la puerta de su dormitorio. Dio unos pasos por el pasillo y blasfemó, se devolvió a paso apresurado, dio vuelta el contenido de su maletín sobre la cama y tomó el paquete que segundos antes había tratado de esconder. Se quitó su chaqueta, metiéndose al baño; sacó con cuidado la caja rectangular y al leer el título quiso golpear su cabeza contra la pared. Respiró de manera profunda y llamó a la Camila equilibrada de su interior.

Armándose de valor, abrió el envoltorio. La cubierta color gris la hizo temblar sin poder creer que se encontraba en una circunstancia tan poco usual, si lo podía calificar de alguna forma. Leyó con rapidez las instrucciones y rasgó el papel de un tirón. Con la tensión ya instalada en todo su cuerpo, se quitó los zapatos y se sentó en el baño. Rió de forma histérica al pensar que estaba delirando, pero su período no era una ilusión que se había ido de paseo. Trató de apartar de sí sus pensamientos psicóticos, ya que estaba segura que el estrés había afectado su organismo.

Después de colocar la cantidad indicada de orina en el costado blanco, depositó el objeto sobre el lavado. Miró su reloj de mano, pero al parecer el tiempo avanzaba más lento de lo normal. Salió del baño, ya que esperar no era una de sus características y se sentó en la cama.

Su pierna comenzó a bailar de ansiedad. Miró por la ventana y las nubes grises cubrían el cielo, pero el día otoñal en el interior de su cuarto, a cada segundo, era de un calor bastante sofocante. Estiró su mano hasta la mesa de noche y tomó una revista con la cual comenzó a abanicarse.

Saltó al escuchar el sonido de su móvil con un mensaje entrante, removió las carpetas esparcidas sobre la colcha y alcanzó el aparato que la había alertado. Profirió una mueca de desagrado al leer en mayúsculas el texto de su jefe preguntando ¿a qué hora llegaría? Miró el reloj y dio un brinco al recordar la importante reunión a la que debía asistir. Se incorporó de manera rápida, introduciendo todos sus objetos de nuevo al interior de su maletín. Un segundo sonido de su móvil la hizo ejecutar sus movimientos más rápidos, mientras leía que su asistente le informaba que su cliente ingresaba en el despacho de abogados.

Ingresó al baño por sus zapatos, examinó de reojo el objeto sobre el lavado y contempló de manera borrosa dos líneas rojas que saltaban del test. Se devolvió a su dormitorio, calzándose su chaqueta, y se detuvo al tiempo que su cuerpo se inmovilizó. El maletín se deslizó por sus dedos, cayendo al suelo, se giró hacia el pequeño cuarto de baño, pero con el apuro golpeó la mesa de su tocador, botando sus perfumes y maquillajes, e ignoró el gran dolor que sintió en su cadera, llegando hasta el test de embarazo. Dio vuelta el papelero, extrayendo la caja con las instrucciones. Leyó cuatro veces seguidas y miró las líneas.

Su cabeza comenzó a girar al tratar de entender lo que ocurría. Las letras de embarazo positivo paseaban delante de sus ojos como una publicidad de un cartel luminoso que no se detenía. Su mente, como pocas veces, se transformó en una gran nubosidad, consiguiendo que solo susurrara lo siguiente:

—Tengo algo en mi interior.

Se apoyó contra la pared al sentir que sus energías desaparecían. Comenzó a respirar en hondas exhalaciones para poder encontrar la cordura que había desaparecido por un instante. Percibió cómo el cuarto de baño se encogía cuando un calor inusual la atravesó.

Lanzó sus zapatos lejos y comenzó a quitarse toda su ropa de manera desquiciada, quedando solo en ropa interior. Salió de su dormitorio con la vista un tanto borrosa y llegó al bar, del cual sacó la primera botella que palpó y destapó. El sabor del whiskey quemó su boca, pero antes de tragarlo corrió al fregadero y lo escupió al tiempo que su cabeza le gritaba “Estas embarazada, no puedes beber alcohol”.

—Sé que somos hermanos, pero ¿te puedes vestir? —Martín le habló desde su espalda.

Camila no se giró y continuó afirmada al mesón, sintiendo que no podría separarse de ese lugar.

—¿Me escuchaste? —Martín se acercó y apoyó la mano sobre su hombro.

No fue capaz de voltearse, aún no recobraba por completo su visión y miles de imágenes recorrían el interior de su cabeza. Ser madre a los veintisiete años era una locura, sin mencionar que el padre había provenido de una relación fugaz. Además, todavía vivía con su hermano mayor y sus padres estaban demasiado lejos para poder alcanzarlos.

—Tengo que decirte algo —susurró Camila sin levantar la mirada.

—Yo también. —Martín habló de manera seria.

Se giró, observando a su hermano, y al instante le llamó la atención el tono de voz que utilizó.

—Creo que terminaré con Daniela.

—¿Estás loco? —Camila lo miró, abriendo sus ojos.

—¡Quién habla! La que está en ropa interior a las ocho de la mañana con una botella de whiskey en la mano.

Camila observó que aún mantenía la botella sujeta. Con dificultad se despojó de ella. Luego se acercó a una silla y se sentó, ya que el temblor de sus piernas no le permitiría seguir de pie.

― ¿No me vas a decir nada más? ―Martín se sentó frente a ella con curiosidad.

― ¿Qué quieres que te diga? Aparte de que eres un imbécil. ―Camila trató de mantener la calma, pero entre las declaraciones de su hermano y las malditas líneas rojas del test su nivel de estrés estaba al tope.

―A lo mejor, me precipité un poco —continuó Martín.

― ¿Un poco? Por qué no pensaste en eso antes de hacer tu acto de romanticismo en frente de todos nuestros amigos. Recuerdo haberte dicho que lo pensaras, pero tu alma de Robín Hood parece que ese día estaba motivada.

—Eso lo dices porque no estás bajo tanta presión. Además, Daniela está insoportable. Te juro que me desquicia.

―Martín, haberle ofrecido ser el padre de su hijo no es un juego. ―Camila lo miró tratando de enfocar su mirada, aún pensaba que era una pésima idea hacerse cargo de un hijo de otro hombre, pero su hermano llevaba demasiados años enamorado de Daniela y era más terco que ella.

―Aún quiero ser el padre.

―Tú sí que eres el rey de los tarados ―Camila comenzó a irritarse―. No creo que Daniela esté dispuesta a eso.

― ¿Qué hago entonces? ―Martín la observó―. Sé que asumí una responsabilidad y no me voy a desentender de ella.

―Nadie dijo que esto iba a ser color de rosas ―Camila meditó sus palabras, porque para ella su vida se había vuelto de un color más que oscuro en segundos―. Las relaciones son así, con altos y bajos.

― ¿Lo dices tú? Nunca has tenido una relación seria.

―Porque no quiero, y tú deberías haber hecho lo mismo. ―Camila exhaló. Claro que no tenía una relación seria, no quería volver a sufrir, menos después de la muerte de sus padres. No. No quería volver a perder a nadie más.

―Bueno, yo no me voy a escapar como lo haces tú.

― ¿Y entonces? ¿Qué quieres que te diga?

―Podrías inventar algo. ―Martín se burló.

Camila pensó que lo único que quería inventar, ahora ya, era un viaje a la estratosfera, a ver si la gravedad volvía a colocar todo en su sitio.

― ¿La quieres? ―Camila recordó a sus padres, siempre le habían dicho que el amor era capaz de traspasar cualquier barrera.

―Sí, siempre la he querido, pero no sé si seré capaz.

―Entonces, déjate de estupideces y vuélvete hombre de una vez. ―Camila se levantó al escuchar el sonido de su móvil emitiendo su particular melodía.

—Espera, aún no me cuentas por qué estás actuando como lunática. —Martín la siguió con la mirada.

—Ahora no puedo, más tarde hablamos. —Se dirigió a su dormitorio, observó la pantalla del aparato que le indicaba una nueva llamada perdida de su asistente. No era el mejor día para perder la cordura, menos para estar embarazada; este último pensamiento hizo que su alrededor girara. Se afirmó de la cama y comenzó a respirar profundamente.

Una vez que se calmó, se vistió y se lavó los dientes, ya que una abogada con olor alcohol a las nueve de la mañana no era muy profesional. Después pensó, ¿a quién le importa? Si su vida en menos de diez minutos se había ido al carajo.

Aunque trataba de calmarse, le era casi imposible, las líneas rojas las observaba constantemente al parpadear. Tomó su maletín y salió de su departamento, ingresó en el compartimiento del ascensor mientras enviaba un mensaje a su mejor amiga. De manera mental volvió a sacar la cuenta de su último período, pero por más que trataba de recordar cuando había sido la última vez que lo había tenido, no lograba llegar a la fecha.

Entre los preparativos para que Amanda, su mejor amiga, pudiera al fin alcanzar el amor y la cantidad de trabajo, lo había olvidado por completo, pero hace tres semanas que no veía a Marco. Se agarró la cabeza y la movió en negación. Al levantar la vista aún las puertas del ascensor se encontraban abiertas en su piso.

Presionó ofuscada el número del tablero en la pared y mientras descendía recordó a Marco, no es que lo hubiera olvidado, las últimas semanas había tenido que casi esconder su teléfono para no llamarlo, pero el muy imbécil, la última vez que lo había visto, le había dicho que él la llamaría, y claro que no lo iba a buscar. No era de las mujeres que se arrastraba por un hombre, pero el muy tarado, con su aire de arrogante y machista, se había hecho el interesante, vengándose por la cantidad de veces que ella no lo había tomado en serio.

Ya había decidido olvidarlo y lo estaba realizando con todas sus fuerzas, pero al parecer era una batalla perdida, ya que ahora también lo llevaba en su interior. Se petrificó al instante ante esta nueva revelación, percibió como el cubículo cerrado del ascensor se comenzó a comprimir hasta que su visión se nubló. Unos segundos después, se afirmó de la pared al sentir que sus piernas flaqueaban.

Cuando la puerta se abrió, salió caminando con dificultad hacia el estacionamiento, y como lo había estado realizando la última media hora trató de encontrar su respiración, pero esta vez sus pulmones no querían cooperar en ese intento.

Visualizó el color blanco de su auto a unos metros y rogó poder llegar hasta él antes de desmayarse. Hace tan solo unos minutos que conocía su nuevo estado y estaba a un paso de volverse loca, porque no era una idea muy promisoria la que se desarrollaría dentro de los próximos nueves meses. Este último pensamiento terminó por instaurar en su pecho una roca, la que hizo que el último aliento que mantenía en él rápidamente se fugara.

Logró llegar hasta su vehículo, o eso es lo que pensó, ya que su vista había desaparecido en cámara lenta, oscureciendo de a poco su campo de visión. Soltó sus objetos y se afirmó de la cajuela. No podía entender cómo podía tener síntomas de embarazo si lo había sabido hace unos momentos y si no era eso, entonces, su vida estaba por llegar a su fin.

—¿Camila, estas bien?

Desde muy lejos escuchó una voz, solo pudo identificar entre el gran zumbido que la invadía que pertenecía a un hombre. Rogó que no fuera la del administrador de su edificio, porque no quería parecer frente a él una desquiciada a esas horas de la mañana, ya había tenido que lidiar suficiente con su mirada inquisidora, haciéndole notar la poca confianza que tenía en ella y en su hermano, al ser ambos jóvenes que vivían solos. La comunidad residente era muy conservadora y de normas muy estrictas hacia sus inquilinos. Por consiguiente, se detuvo ante su divagación, ya que primero iba a recobrar el equilibrio y luego se preocuparía del pomposo señor Rosales.

Percibió como una mano la tomó con delicadeza y la giró lentamente, ya los puntos oscuros cubrían la mayor parte de su visión.

—Respira.

Las manos que la sujetaban eran demasiado suaves para que fuera un viejito de ochenta años, “o capaz que se practicara la manicure”, pensó.

—Siéntate, coloca la cabeza entre tus piernas y respira de manera lenta, pero profunda.

Aunque quiso decir que estaba todo en orden, prefirió seguir las instrucciones de la voz que la atrapaba y, asimismo, le brindaba calma. Se sentó en el suelo y comenzó a respirar de manera pausada. A los segundos, su visión comenzó a volver. Parpadeó un par de veces y vio la silueta de un hombre agachado a su lado.

—¿Te sientes mejor? —la voz dulce volvió a hablar.

A la quinta exhalación reconoció la figura y en vez de resultar una visión agradable, maldijo.

—Sí, creo que mejor. —Observó a Borja. Trató de incorporarse, pero él la retuvo.

—No te levantes aún. —Borja metió la mano en su mochila y le entregó una botella de agua.

—De verdad, estoy bien. —Camila pensó que era una gran mentirosa al estar sentada o, más bien, tirada en el suelo de cemento de un estacionamiento al borde del desmayo cuando el letrero luminoso con las dos líneas rojas se volvía a encender y su pecho nuevamente comenzaba a estrangularla.

—Tranquila, respira —Borja le habló de manera calmada.

Camila metió la cabeza entres sus piernas, pensando que la cita que había planeado con él para olvidar al imbécil de Marco se fugaba al verla en ese estado. “¿Cita?”, su cabeza le gritó. Sus salidas acababan de terminar de por vida. Debido a ello, su respiración se aceleró.

—Creo que necesitas algo más fuerte que agua —Borja la tomó con fuerza de su brazo y la levantó—. Te acompaño a tu departamento.

—No —Camila se detuvo al observar sus ojos color miel—. Tengo que ir a trabajar.

—No creo que estés en condiciones de hacerlo, estás muy pálida.

—Tengo que ir, ya estoy bien. —Camila escapó del agarre de Borja, aunque el contacto de sus músculos la invitaban a quedarse un poco más. Se acomodó su cabello y exhaló por última vez. Jamás había dejado que nada la trastornara y esto no la iba a afectar. Además, era solo un maldito test, el cual podría estar equivocado.

Borja la seguía contemplando en silencio. Necesitó con urgencia que apareciera la Camila de siempre, si era solo un error no perdería la oportunidad de volver a salir con su vecino, ya que por culpa del idiota de Marco lo había dejado de frecuentar. Habían salido solo una vez. Bueno, también se habían acostado después de una fiesta, pero para los dos había sido algo casual y sin compromiso alguno.

—Creo que las crisis de pánico no son un juego. —Borja se acercó para examinarla.

—¿Crisis de pánico? —Camila abrió sus ojos, eso era algo desconocido para ella.

—Sí. ¿Es primera vez que te ocurre? —Borja recogió su maletín y se lo entregó.

—Sí y… ¿Cómo lo supiste? —Camila sintió entre alivio y desconcierto. Agradecía que hubiera sido eso y no los síntomas de un posible embarazo, ya que en esas circunstancias no llegaría siquiera al último mes, porque con suerte había logrado llegar a su vehículo.

—Mi madre las sufría producto del estrés, creo que deberías tomarte unas vacaciones.

—Creo que mi jefe no estaría de acuerdo contigo… ¡Cresta! —gritó al instante, mirando su reloj de pulsera. Ya llevaba media hora de retraso—. Borja, me debo ir.

—¿Estás bien?

—Sí y si no, lo estaré —Camila trató de sonreír. Observó que Borja se acercaba y le acomodaba un mechón de cabello detrás de su oreja. Un escalofrió recorrió su espalda al sentir su contacto, ya que como lo había hablado con su terapeuta, él era el remedio indicado para olvidar a otro ser que la trastornaba solo con una mirada—. Gracias por la ayuda, me salvaste de nuevo.

—Tranquila, para eso estamos los vecinos ¿o no? —Borja sonrió, recogió las llaves del suelo y quitó el seguro del vehículo. Abrió la puerta y le tendió una mano a Camila—. Si me necesitas de nuevo, solo llámame.

—Eso no lo dudes —Camila lo miró de manera coqueta, tomando su mano. Subió al vehículo, y antes de encender el motor vio como Borja se introducía en el espacio del conductor y la besaba suavemente en la mejilla.

—Recuerda que nos vemos el viernes. — Sonrió y cerró la puerta.


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Cariños..

Comentarios

  1. Gracias por compartir este primer capítulo...estoy a la espera del libro completo!!!! Feliz de saber que conoceré por fin la historia de Camila y Marco...

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  2. Gracias por compartir este primer capítulo...estoy a la espera del libro completo!!!! Feliz de saber que conoceré por fin la historia de Camila y Marco...

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  3. Es broma?!!!... quiero el libro ahora!!! Para ser el primer capítulo... uf!... está buenísimo!!! Espero con muchas ansias la historia amorosa de Camila y Marco <3

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