Dulce Navidad
“Navidad,
navidad blanca navidad y hoy es día de reparto que felicidad” no puedo dejar de
cantar ya que el arbolito que instalé en el café, contantemente repiquetea con
la melodía y hoy no apagaré el volumen porque sí, es día de reparto y mis
hormonas ya golpean en mi interior de alegría, bueno no precisamente es alegría
ya que mis pensamientos hace muchos meses son muchos más impuros, por no decir
pornos en relación al chico del reparto.
Hace
un año tuve la suerte de encontrar esta empresa por internet y como si Dios
hubiera escuchado mis plegarias, Pablo es el flamante y guapo chico que entrega
los deliciosos pastelitos con crema pastelera, y no puedo negar que he pensado
en millones de formas de deslizar tan deliciosa mezcla por su cuerpo y ni
pensar por donde mi lengua se deleitaría con…
—Maca,
¿no escuchas el teléfono? —Paula pasa por mi lado indicándome el molesto aparato.
De
mala gana dejo mis pensamientos de lado y ya que soy la dueña debo contestar.
Mientras escucho el interminable relato de mi madre en relación a la dolencia
número ciento quince de este mes, mi mirada se fija en la hora y el maldito
reloj avanza más lento de lo normal.
Solo
faltan unos días para navidad y le explico nuevamente a mi madre que no viajaré
a Coquimbo, no es porque no me agrade el lugar, más bien es porque esta hermosa
fiesta me vuelve a recordar lo sola, por no decir lo soltera que estoy hace
cuatro años y ver a mis hermanos con sus esposas e hijos, no me hace mucha
ilusión, además que me pregunten de manera incómoda cuando llevaré novio, no es
agradable, como si uno fuera a la tienda de moda y dijera quiero llevar ese, el
del pelo oscuro con torso imponente, cariñoso y que me abrace en la noche, y
por favor en papel de regalo.
Mi
espalda se coloca rígida al divisar la camioneta blanca que se estaciona afuera
del pequeño café que hace dos años instalé, decisión de la cual me siento
orgullosa, ya que haber iniciado mi propio negocio fue la mejor decisión que
tomé a nivel profesional, y apunta de esfuerzo hoy vivo una vida económicamente
relajada, pero sentimentalmente nula ya que haber levantado sola este negocio a
consumido las horas completas de mi vida. Pero ya tomé la decisión eso va a
cambiar ahora, porque para el próximo reparto lo invitaré a salir.
Ignoro
lo siguiente que me dice mi madre en el teléfono y le corto abruptamente,
inventando un incendio en la cocina, y evito mencionar que el incendio se inició
en mi interior al ver a Pablo que desciende de la camioneta.
Paula
me mira con una sonrisa y ya sabe que los próximos veinte minutos no estaré disponible
para nada, ni nadie, toda mi atención estará puesta en la entrega de los deliciosos
muffins con sus chips de chocolates, que la verdad me importa una mierda, solo quiero
volver a mirar esos ojos grises y envolverme en la cálida sonrisa de mi
repartidor.
Me
ubico en el mostrador tras la vitrina en donde están las tortas, me arreglo mi
cabello hacia atrás solamente ya que sé que está perfecto, esta mañana lo
planché más de dos veces y apliqué laca sobre mi maquillaje para que estuviera
en su lugar hasta que la puerta del café se abriera. Tomo un lápiz de manera
distraída y hago como que escribo algo sobre una carpeta, aunque lo único que
quiero es escribir “Pablo”.
La
puerta se abre y escucho el tintineo de las campanas que ubiqué como decoración
en el cristal. Pablo con una gran caja traspasa el umbral, su imponente altura
se hace presente y todo lo que hay alrededor desaparece como si un gran foco lo
alumbrara solo a él y por supuesto a la rama de muérdago que instalé sobre la
puerta fantaseando en la forma que él me
rodaría en sus brazos y nos besaríamos debajo de la verde flor para sellar
nuestro compromiso, eso si la visión que tuve fue de noche y sin ningún cliente
obvio, no voy a decir que después del beso lo arrastraba atrás de las mesas y
haría algo más de lo que me atrevería a decir en voz alta. Definitivamente creo
que dejaré de leer libros eróticos, no me ayudan con mi soledad y mis hormonas
a cada lectura se funden.
—Hola
Maca —Pablo se acerca y me pierdo en su rostro. Levanta su caja y estoy
esperando su siguiente frase. —¿Dónde lo pongo?
Y
espero que no sepa telepatía porque tengo varias respuestas a su pregunta.
—Donde
siempre, atrás, gracias. —lo sigo con mi mirada y no puedo evitar ladear mi
cabeza cuando se agacha para dejar la caja. Maldigo en silencio cuando un
cliente se ubica delante mío tapando el campo de visión y me pierdo su trasero
tonificado al agacharse.
—Quiero
llevar una torta de panqueque mora —me dice el cliente que sigue bloqueando la
imagen que esperé ver y lo único que quiero responder es “y a mí que me
importa”.
Paula
se desocupa de la mesa que está atendiendo y llega de manera rauda a mi lado
para atender al cliente.
Me
muevo hacia el lado para esperar al repartidor.
—¿Cómo
estás? —dice Pablo que se acerca para entregar la guía de despacho.
—Bien
con mucho trabajo —-recibo la hoja de papel y demoro todo el tiempo que puedo
por firmar el bendito papel que es solo lo que nos conecta en este momento
—¿Tienes planes para las fiestas?
—No,
no lo he pensado aún, tal vez cene con mi familia —dice y sonríe, y ya la crema
se derrite en mi interior al ver como su quijada se acentúa bajo la pequeña
barba descuidada que lleva, y no puedo evitar pensar en el roce de su bello en
mi piel. —y tú ¿viajarás a visitar a tu familia?
—No
estoy segura, además algún café debe funcionar en Santiago para los días de
descanso.
—¿De
verdad trabajarás? —abre sus ojos y quiero entrar en el gris de su mirada.
—No
lo sé, es solo una idea —digo ya que mencionar que solo abriría el Café para
seguir recibiendo pastelitos no es muy cuerdo, además su empresa obviamente no
trabaja.
—Es
bueno saber que habrá algún lugar abierto, puede que pase por aquí, siempre he
querido probar la torta de frutillas que preparan, he escuchado que es
deliciosa.— me vuelve a sonreír.
—Estás
invitado, cuando quieras —digo ya que también he fantaseado con una versión
para adultos de las frutillas, algo como crema sobre mi piel y la fruta
cubriendo lugares estratégicos que luego él lamería.
Escucho
a lo lejos las campanas de la puerta que se vuelve a abrir, pero, aunque fuera
la misma presidenta de la república no la miraría ya que mi atención está en
Pablo y en sus gruesos labios rosados. Lamentablemente el momento se disuelve
cuando una mujer con dos niños se acerca al mostrador y uno de ellos grita
insistentemente “quiero un queque, quiero un queque”, el primer pensamiento que
me atraviesa es introducir el queque en la boca del niño para que se calle. Y
lo siguiente es lanzarlo a la calle cuando Pablo se mueve incómodo ya que debe
estar pensando que está molestando.
Solo
si supiera que estaría dispuesta a echar a gritos a todos y solo quedarme con
él. Mi motivación desaparece cuando toma la guía de despacho y camina hacia la
salida.
—Nos
vemos Maca —abre la puerta, su mirada se eleva y observa la rama de muérdago, y
no es que pase desapercibida es la más grande que encontré —¿Crees en el
muérdago?
—Sí,
¿tú no? —digo al momento que vuelve la imagen de sus labios estrujando los míos.
—Nunca
lo he probado, pero nunca se sabe —me cierra un ojo y se va.
Mi
boca se abre y me quedo hipnotizada mirando cómo se aleja y aunque quiero
seguir con mi vista fija en él, el incesante “quiero un queque” “quiero un
queque” hace que atienda al maldito niño, y pienso seriamente en darle un queque
añejo por haber hecho que perdiera mi oportunidad.
—Lo
siento —Paula a mi lado atiende al mocoso molestoso —No pude atender a todos.
—No
te preocupes no es tu culpa —digo, pero la verdad es que quiero patear al niño
y a todos los clientes.
—¿Lo
invitaste a salir? —Paula me pregunta una vez que se desocupa.
—No,
ya te dije que el próximo reparto es mi fecha límite.
—Eso
ya no lo creo, tu fecha límite primero fue para las vacaciones de invierno,
luego para las fiestas patrias y luego para el día de los inocentes y ahora la
volviste a cambiar.
—Es
que no estoy lista y ¿si me dice que no? —comienzo a sudar en pensar en esa
situación, me moriría de vergüenza sin mencionar que tendría que cambiar de
proveedor.
—Dicen
que si no cruzas el rio, no sabrás que hay al otro lado.
—Al
otro lado puede haber una chica humillada y con un gran problema de venta de
pastelitos, los suyos son los mejores.
—Tampoco
se venden tantos y que los desechas para pedir más creo que no es muy buena
estrategia comercial.
—Cállate
—le doy una mirada amenazadora para que baje la voz, no quiero que los otros
empleados se enteren que algunas veces, bueno varias veces hago que
desaparezcan para hacer otro pedido en menos de una semana.
—No
soy la única que se da cuenta que los pasteles desaparecen mágicamente.
—No
sé nada de eso —me giro y me voy a la pequeña oficina que tengo en el café, es
un espacio de dos por dos, pero al menos me sirve para ocultarme y no continuar
con el escrutinio de Paula.
Y
sí, debo confesar que al principio me los comía con la intención de realizar
otro pedido antes de que terminara la semana, pero al ver que mis caderas
comenzaron a crecer tuve que cambiar de estrategia, por lo que llené una bolsa
de basura con los pasteles y caminé cuatro cuadras para eliminar la evidencia.
Pero al llegar a una esquina me encontré con un niño de unos doce años que
limpiaba vidrios de los autos que se detenían en un semáforo y se los regalé.
A
la siguiente semana caminé nuevamente hasta el lugar y volví a encontrar al
mismo niño, que ahora estaba acompañado por su hermana, los cuales lo recibieron
con una verdadera alegría y ya no pude dejar de llevarlos dos veces por semana.
Ahora mis visitas son esperadas con ansias y no solo por ellos, varias personas
en situación de calle me esperan también. Y ya no solo llevo pastelitos, incluí
tortas y queques o cualquier alimento que antes los desechábamos por estar a
punto de pasar a mejor vida, los guardo y los comparto con ellos. También se
agregó café y una grata conversación.
La
puerta de mi oficina se abre y Paula ingresa impetuosamente.
—Tienes
una llamada —dice de manera entusiasmada.
—¿Quién
es? — la miro confundida en general no es de las personas que demuestran sus sentimientos,
bueno tampoco yo.
—Pablo.
—¿Qué
Pablo? —digo sin entender.
—Pablo,
el repartidor, el que se acaba de ir, con el tienes sueños húmedos…
—¿Qué? —la interrumpo antes de que continúe con su
resumen que la verdad suena bastante pervertido si alguien lo escuchara.
—Ese
Pablo, te está llamando.
Sin
que lo vuelva a repetir ya me paré de mi asiento con el corazón en la garganta,
y sin siquiera preocuparme arraso con la mitad de mi escritorio al golpearlo
con la cadera, salgo casi corriendo a la pequeña sala y me muevo como un gato
ágilmente entre las mesas atestadas con clientes. Llego y respiro de manera
profunda y cuento hasta diez, para que realmente no se entere de que me vine a
la velocidad de la luz y no perciba mi aliento agitado.
—Hola,
habla Macarena.
—Hola
Maca, disculpa que te moleste, pero me confundí de guía te dejé la que debo
devolver a mi jefe, así que tendré que ir por ella, espero no sea un problema.
—No
claro que no, puedes venir—digo y mi sonrisa ya se anexó a mi cara, lo veré
otra vez.
—Eso
si deberé pasar más tarde ya que voy hacia el otro sector de Santiago, así que cuando
regrese paso.
—Sí
no te preocupes, recuerda que el café cierra a las 8.
—Sí,
estaré ahí, adiós gracias.
Me
quedo escuchando el ruido de la conexión muerta al otro lado, pero mi alegría
asciende y esta vez no perderé la oportunidad, me comportaré como una adulta y
lo invitaré.
El
resto del día no me puedo concentrar y cada vez que diviso algún vehículo de
color blanco mi respiración se detiene. Ya me he maquillado como cincuenta
veces y he evitado entrar a la cocina para que el calor no haga que el frizz
del cabello me ataque. Paula ni siquiera me ha dirigido la palabra, ya que mi
calma ha desaparecido y la última vez casi
le ladré.
La
tarde pasa lenta y agradezco tener problemas con el pago de algunas facturas ya
que esto me distrajo. Levanto mi cabeza y observo que la cocina se cerró y eso
quiere decir que ya son las 7 y no hay noticias de Pablo. Al rato Paula deja su
delantal y pasa por mi lado.
—A
lo mejor tuvo problemas, puede que venga mañana —dice mientras toma un trozo de
torta y se lo guarda para llevar.
—¿De
qué hablas? —digo tratando de parecer desinteresada.
—De
nada, pero cada día estás más loca, y por favor invítalo o si no me veré en la
obligación en pagar a algún chico para que te seduzca, la falta de sexo te
tiene al borde del desquicio.
—Lo
invitaré deja de presionar.
—Es
que, si no le dices tú, lo invitaré yo.
—Ni
se te ocurra o buscarás otro empleo.
—Sin
empleo, pero con un hermoso repartidor que revoluciona las hormonas —Paula se ríe
y yo quiero golpearla contra el mostrador.
—Es
solo una broma, y te dirá que sí —me da un beso en la mejilla y se marcha.
Mientras
la veo desaparecer contemplo el espacio vacío, el bullicio del día ya no está y
mi repartidor tampoco llegó. Al mirar la hora el reloj me indica las 8. Me
dirijo hacia la puerta y giro el cartel que da aviso que oficialmente el café
cerró y al parecer mis esperanzas también.
Aprovecho
que estoy sola y me dirijo al computador, abro el Facebook y sí otra vez me
siento y busco Pablo en las redes sociales a lo mejor alguna publicación me
puede indicar el porqué de su retraso. Después de volver a observar sus fotos por
vez número un millón y recordar su vida de memoria, soltero, 26 años, de día
repartidor de una empresa de alimentos y en la noche estudiante de diseño, sé
que el último año solo ha salido con una chica con la que se vio en un asado
muy cariñoso, pero después de dos semanas ni siquiera la tenía como amiga. ¿Qué
me pasa?, a lo mejor es verdad y si me estoy desquiciando, solo debo invitarlo
y ya.
Me
incorporo de golpe al ver que son casi las nueve y llevo una hora babeando
literalmente con sus fotos, pero ese no es el problema, me esperan. Tomo mi
cartera y lo más rápido que puedo preparo las bolsas con los pasteles, esta vez
anexo una torta de mil hojas que está deliciosa y ni me preocupo que sea del
día, sé que a Renato le encantará. Mientras el agua hierve cierro las cortinas
metálicas del café y una vez que ya tengo dos termos preparados con café, saco
la gran mochila para depositar la mayoría de las cosas.
Tomo
además mi cartera y dos bolsas que esta vez están más pesadas de lo normal ya
que me entusiasmé y guardé varios queques recordando al pequeño de la tarde y
las ganas con las que los devoraba.
Salgo
del café y con dificultad bajo la última cortina metálica.
—Maca
—escucho desde mi espalda —Disculpa la hora.
Me
giró y mi repartidor está de pie junto a mí, esta vez sí que babeo al verlo sin
su uniforme, lleva una camiseta negra y unos jeans desgastadas, y debo decir
que acaba de subir quinientos puntos en la escala de chicos sexys.
—Hola
—maldigo ya que no me puedo quedar. No puedo dejar a la gente esperando por su
café y su pastel, para algunos de ellos es la única comida del día.
—Lamento
la hora, pero no me pude desocupar antes, veo que cerraste.
—Pablo
de verdad, lo siento —digo y aprieto el último candado —tendrás que venir otro
día estoy atrasada, tengo un compromiso.
—Sí,
no te preocupes —me mira como hago algún malabar para tomar las bolsas —¿A
dónde vas? ¿te puedo ayudar?
—No,
estoy bien, solo caminaré unas cuadras.
—¿Con
todas esas bolsas?
—Sí,
lo puedo hacer.
—No
me quiero inmiscuir, a lo mejor alguien te espera.
—Sí
—me fijo que su mirada decae un poco o debo estar soñando y piensa que tengo
novio —me refiero a que, si me esperan, pero no es un hombre.
—Ah,
qué bueno saberlo.
—¿En
serio? —digo confundida de que realmente se alegre de saber que no tengo
compromiso.
—Si…,
bueno no sé —introduce las manos en sus bolsillos de manera nerviosa.
—Está
bien, si no tienes nada que hacer me puedes acompañar —al fin digo, no es que
lo hubiera invitado y no es que sea lo más romántico, pero podré estar más
tiempo con él.
—Perfecto
hoy tengo tiempo libre, por las fiestas no tengo clases —da un paso hacia a mí
y agarra las bolsas, nuestras manos se tocan y ya quiero que otras partes de nuestros
cuerpos también lo hagan. Solo espero que cuando vea a donde voy no quiera arrancar.
—Espero
que no te asuste, pero voy a repartir comida —digo y miro su reacción.
—¿Comida?
—mira en el interior de las bolsas —los pasteles, ¿a dónde los llevas?, pensé
que eran para tu tienda.
—La
mitad de lo que pido sí, la otra mitad la entrego a gente que vive en la calle,
pero debes estar contento los disfrutan mucho.
—¿Es
en serio? —me mira, pero no alarmado más bien sorprendido.
—Sí
y vamos que de verdad estoy tarde —comienzo a caminar y me alegra saber que no
se espantó.
Nos
internamos por las calles capitalinas donde ya el ambiente cambia radicalmente,
las personas de trajes ejecutivos desaparecen dando paso a un nuevo mundo.
—¿Siempre
vienes sola? —Pablo camina a mi lado y casi de forma protectora cuando nos
topamos con unos hombres de dudosa reputación.
—Sí,
la verdad es que nadie sabe qué hago esto.
—Deberías
venir acompañada, es peligroso para una chica como tú andar sola a esta hora.
—La
verdad es que no había pensado en el tema de la seguridad, pero tampoco sé si
habría alguien interesado en este tipo de actividad, no todas las personas
están dispuestas o preparadas para ver otro tipo de realidad.
—Yo
sí, feliz te acompañaría, además esté es mi último semestre así que puedes
contar conmigo a partir del próximo año.
—¿Hablas
en serio? —me detengo atónita, en primero lugar por la generosidad de su gesto
y segundo lo vería al menos dos veces por semana, me gustaría saltar y hacer un
baile ridículo, pero ya que está parado frente a mí solo sonrió —gracias sería
de mucha ayuda así podría traer más cosas.
—Es
un trato —me cierra un ojo, y ya no lo puedo resistir, este hombre me está
matando.
A
los minutos llegamos a una calle solitaria y de lejos se observa los cartones
que tratan de realizar un refugio. Renato al verme corre a mi encuentro y su
hermana aparece tras él.
—Maca
—grita emocionado, pero se detiene al observar al hombre a mi lado.
—Te
presento a Pablo, es un amigo —mi repartidor tiende su mano y el niño le
devuelve el saludo con recelo.
—Ella
es mi ángel así que no quiero que la mires mucho —contesta Renato en un tono de
marcar territorio.
—No
te preocupes no te quitaré a tu ángel —Pablo sonríe.
—Si
es así puedes venir —le indica con su mano y lo invita a su pequeña morada.
El
padre de Renato se levanta y nos saluda mientras el niño y su hermana ya están comiendo.
—Hola
—saludo al hombre y no puedo evitar mi emoción al contarle la noticia que traigo.
—Gracias
Macarena la ayuda que nos das es sumamente importante —el hombre en su mirada
expresa su gratitud.
—Bueno
y acá —digo mientras de mi mochila saco una carpeta —está mi regalo de navidad.
El
hombre me mira desorientado.
—Como
ya te había comentado, ya es un hecho, encontré una casa de acogida para ti y
tus hijos el lunes los recibirán y además hice los trámites para que puedas
trabajar en el café, al principio puedes comenzar con la limpieza mientras te
familiarizas con el lugar y luego también puedes atender a los clientes, espero
que lo aceptes —digo esperanzada ya que conseguir un hogar para ellos en este
país fue más que complicado.
El
hombre no dice nada y solo veo como las lágrimas se alojan en sus ojos, se
acerca y me da un fuerte abrazo, lo acepto emocionada y también lo abrazo con
fuerza.
Al
separarnos les cuenta a sus hijos las nuevas noticias y todos gritan emocionados.
Me giro y encuentro la mirada de Pablo y puedo ver que sus ojos también están
vidriosos.
—No
es para tanto —le digo tragando mi propia emoción.
—Eso
fue increíble —me dice.
—Eso
no es nada —digo sacando un par de chalecos de mi mochila que traje para los
niños —Hay mucha gente que necesita ayuda, es solo el comienzo.
—Pero
es un comienzo excelente —se acerca y toma mis manos —y por supuesto que te
ayudaré en todo.
Esta
vez mis instintos despiertan y debo controlar mi cuerpo para que no se lance
sobre él.
Después
de compartir un café y ver la alegría de los niños al saber que al final podrán
asistir al colegio, nos despedimos.
—Recuerden
que los veo la noche del 24 —me levanto y tomo la mochila ya vacía después de
haber repartido la comida con varias personas más —y ni si les ocurra faltar
esta vez, no habrá pasteles prepararé una cena.
—Yo
te compré un regalo —dice Renato con mucho orgullo.
—Pero
¿cómo? si no tienes dinero —digo
sorprendida y espero de verdad que no haya robado ya que se lo prohibí
rotundamente.
—Trabajé
en la vega, ayudando con las bolsas a las viejas cuicas y dan muy buenas
propinas.
—¿En
serio? —esta vez no puedo contener la emoción y mis ojos se nublan —no deberías
haberlo hecho a lo mejor ese dinero te servía para otra cosa.
—El
dinero está muy bien gastado, espero que te guste y también le compré zapatos a
mi hermana. —dice levantando sus hombros
—Me
encantará —me levantó y le doy un abrazo.
Antes
de que la bola con lágrimas que se situó en mi garganta haga su aparición, me incorporo
y me despido rápidamente, camino alejándome hasta que Pablo me encuentra cuando
giramos la calle.
—Eres
maravillosa —dice parado frente a mí, levanta su mano y atrapa una lágrima que
se escapa y desciende por mi mejilla.
—No
lo soy podría hacer más —digo ya que me encantaría ayudar a otras personas
también.
—Lo
haces fantástico y con esto, creo que no me equivoqué en lo que te quería pedir
—dice mirándome directamente a mis ojos.
—¿Qué?
—Me
gustaría que saliéramos, espero que no lo encuentres muy atrevido de mi parte
ya que solo soy tu repartidor.
Ahora
sí que podría gritar y lanzarme contra los autos que ahora pasan a gran
velocidad a nuestro lado, pero solo respiro y respondo.
—Sí,
sí quiero.
—Perfecto
—entrelaza su mano con la mía y nos perdemos por las calles en la noche de
Santiago —por cierto ¿también puedo asistir a tu cena navideña?
—¿No
tienes planes?
—Ahora
sí —se gira y me atrae hacia él, nuestros cuerpos se tocan y solo estamos a
solo unos centímetros.
Ya
no pienso en el muérdago, ni en las mil posiciones del kamasutra que tenía en
mi mente para un encuentro con él. Solo cierro los ojos y percibo cuando sus
labios se encuentran con los míos, aún está latente el dulce sabor de la crema
pastelera y debo confesar que es mucho más excitante compartir un beso
repentino, en la calle, después de compartir un mágico momento con humildes personas
y por fin tendré la dulce navidad que siempre esperé.
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